El tiempo se detuvo. Así es como lo recuerdo. Un segundo estábamos caminando por el estacionamiento subterráneo, Nathaniel sosteniendo mi mano mientras reíamos sobre alguna tontería que había dicho durante la cena, y al siguiente, el mundo explotó en caos.
El chirrido de neumáticos fue lo primero que escuché. Un sonido agudo, metálico, como uñas arañando una pizarra. Nathaniel se tensó a mi lado, su cuerpo reaccionando antes que su mente.
—¡Sophie, abajo! —gritó, empujándome contra el suelo con tanta fuerza que sentí el concreto raspar mis palmas.
El primer disparo resonó como un trueno en el espacio cerrado del estacionamiento. Luego otro. Y otro más. El eco multiplicaba cada detonación, creando una sinfonía macabra que rebotaba entre las columnas de cemento.
—¡No levantes la cabeza! —la voz de Nathaniel sonaba diferente, más dura, más autoritaria que nunca.
Sentí su cuerpo cubrir el mío, protegiéndome como un escudo humano. Su respiración era pesada contra mi nuca, y podía sentir lo