La luz del amanecer se filtraba por las cortinas de seda, dibujando patrones dorados sobre la piel de Nathaniel mientras dormía. Me incorporé ligeramente, apoyándome sobre mi codo para contemplarlo. Nunca lo había visto tan vulnerable, tan en paz. Sus facciones, normalmente tensas por el peso de sus responsabilidades, ahora se mostraban relajadas. El poderoso CEO que intimidaba a todos en la sala de juntas había desaparecido, dejando en su lugar a un hombre que respiraba tranquilo, con el cabello revuelto sobre la almohada.
Pasé mis dedos suavemente por su pecho desnudo, sintiendo el latido constante de su corazón. Un corazón que, contra todo pronóstico, ahora me pertenecía.
Después de tantas batallas, tantos malentendidos y muros levantados entre nosotros, habíamos llegado a este momento de claridad absoluta. Ya no había contratos que nos ataran, ni apariencias que mantener. Solo quedábamos Nathaniel y yo, despojados de todo excepto la verdad.
—Buenos días —susurró con voz ronca, abr