El silencio de la oficina a medianoche resultaba inquietante. Las sombras se proyectaban como fantasmas sobre las paredes mientras yo revisaba documentos en mi computadora. Había pedido a Nathaniel que me dejara sola, alegando necesitar espacio para pensar. La verdad era que no quería involucrarlo en lo que estaba a punto de hacer.
Tres días habían pasado desde el incidente en el restaurante, y las piezas comenzaban a encajar en mi mente como un rompecabezas macabro. Las amenazas, los "accidentes", la información filtrada... todo apuntaba a alguien con acceso privilegiado a nuestras vidas.
—Tiene que ser alguien cercano —murmuré mientras abría archivos confidenciales de la empresa.
Mi sospecha había comenzado con una simple observación: los ataques siempre ocurrían cuando Nathaniel y yo estábamos juntos públicamente, como si alguien quisiera sabotear específicamente nuestra relación, no solo la empresa.
Abrí el correo electrónico y revisé los mensajes intercambiados entre los ejecutiv