Nunca había pensado que mi vida profesional podría volverse tan... personal. Pero aquí estaba, en el salón de un hotel de lujo, observando cómo Nathaniel Blackwell manejaba la situación con una precisión que parecía sacada de un manual de control absoluto. A su lado, yo me sentía como una pieza decorativa, perfectamente colocada en su lugar, pero en constante peligro de caer.
La primera vez que nos encontramos en público como pareja, me di cuenta de lo que realmente significaba este contrato. No se trataba solo de un simple arreglo de conveniencia, ni de una simple fachada para salvar a la empresa de mi familia. Este acuerdo venía con reglas. Y las reglas las dictaba él. Siempre él.
El evento al que habíamos asistido esa noche era una cena de negocios de alto perfil, repleta de empresarios que no hacían más que observar cada movimiento, cada gesto. Me sentía como si estuviera en una jaula dorada, rodeada de miradas y comentarios, todos tratando de descifrar qué había detrás de la fachada perfecta que Nathaniel y yo habíamos creado. El problema era que, mientras ellos estaban atentos, yo no podía dejar de observar a Nathaniel. Había algo en su presencia que me desconcertaba. Su dominio sobre la situación era tan palpable, tan intenso, que me hacía sentir como una marioneta, pero una marioneta que se moría por ser tocada.
“Recuerda, Sophie”, susurró su voz grave al oído, casi imperceptible entre el bullicio, “tú eres mi esposa, no te olvides de eso.”
Las palabras llegaron a mi mente como una sacudida. Me dio un pequeño empujón en la espalda para que avanzáramos, y me vi obligada a seguirlo, como siempre. Sin una palabra más, tomamos asiento en la mesa frente a un grupo de socios y clientes. Yo estaba casi hipnotizada por su presencia. Nathaniel era un hombre que sabía lo que quería, y más importante aún, sabía cómo conseguirlo.
A medida que avanzaba la noche, no pude evitar notar los pequeños gestos de control. Un toque en mi brazo cuando me acercaba demasiado a alguien, una mirada que me hacía saber que no estaba actuando correctamente, aunque nadie más pudiera verlo. Era desconcertante. Él no me pedía que fuera perfecta, pero esperaba que siguiera sus reglas, sin cuestionarlo.
“La próxima vez, intenta no desentonar tanto”, murmuró una vez mientras me guiaba hacia el pasillo.
Sus palabras, aunque frías, me dejaron una sensación incómoda en el estómago. No le gustaba cuando no estaba a la altura de lo que esperaba de mí, pero a la vez, había algo en su tono que me mantenía cautiva. Era un líder, un hombre de poder, y yo simplemente... seguía sus órdenes.
Había algo electrizante en esa dinámica, algo que me atraía de una manera que no podía entender. Cuanto más tiempo pasaba a su lado, más me daba cuenta de que no solo había un contrato entre nosotros, sino una tensión. Una tensión que se volvía más palpable con cada paso que dábamos, más intensa con cada mirada furtiva que cruzábamos. Era como un campo de fuerza invisible que se cargaba entre nosotros.
La cena terminó tarde, y nos dirigimos al coche con un silencio pesado. Nathaniel no decía nada, pero sus ojos, esa mirada impenetrable, me lo decían todo. No era solo un hombre controlado, sino también calculador, y sabía lo que quería.
Me acomodé en el asiento del coche, mirando por la ventana, intentando ignorar la creciente incomodidad en mi interior. Sabía que la tensión entre nosotros estaba alcanzando un punto crítico, pero me obligué a mantener la calma. La última cosa que quería era dar a entender que estaba tan fuera de lugar en este mundo como me sentía.
“El acuerdo es simple, Sophie”, dijo de repente, rompiendo el silencio. Su voz se sentía distante, como si todo lo que estábamos haciendo fuera simplemente parte de un juego. “No estamos aquí para emociones. No estamos aquí para complicar las cosas. Solo cumples con lo que se espera de ti, y todo estará bien.”
Sus palabras eran claras, pero había algo en la forma en que las dijo que me hizo sentir más atrapada que nunca. El poder que tenía sobre mí, sobre toda la situación, no solo me intimidaba, sino que también me fascinaba. Era como si no pudiera evitarlo, como si me estuviera atrayendo hacia algo que no estaba lista para enfrentar.
El coche se detuvo frente al hotel, y me vi obligada a salir de mis pensamientos. Me miró con intensidad, como si estuviera esperando algo más, pero no supe qué. No me dio tiempo para responder antes de que abriera la puerta y me guiara dentro. Esa noche, como todas las noches, seguí sus pasos, como una sombra obediente.
Llegamos a mi suite, y mientras Nathaniel se mantenía en el umbral, me sentí invadida por una sensación extraña. La tensión entre nosotros era tan fuerte que podía casi oírla, un zumbido invisible que llenaba el aire.
“Vas a necesitar descansar”, dijo, pero no de una manera amable. No había ternura en su voz. Era una orden, y esperaba que la cumpliera.
Asentí, sin decir palabra. Todo lo que quería en ese momento era estar sola, alejarme de su presencia dominante y desconcertante. Pero a medida que me desnudaba para ponerme el pijama, la idea de que estábamos atrapados en este juego que él controlaba completamente, me rondaba como una sombra. ¿Qué pasaba si este juego se volvía algo que no podía controlar? ¿Qué pasaba si, algún día, me rendía?
Me tendí en la cama, sin poder quitarme la sensación de que algo más estaba por ocurrir, algo que no podía evitar. Pero lo que más me aterraba era que no estaba tan segura de querer evitarlo.
Antes de dormir, el sonido de su voz llegó a mí una vez más.
“No olvides lo que has aceptado, Sophie. Las reglas son simples. Cumples con ellas, y todo sigue como está.”
Las palabras me hicieron estremecer, pero no pude evitar la sensación extraña que se formó dentro de mí. ¿Realmente iba a poder seguir las reglas? ¿O me perdería en el juego que él había creado?
Al menos, por esa noche, los pensamientos y las dudas se desvanecieron en el silencio. Pero sabía que no me iba a ser fácil mantener mi distancia. No con él tan cerca.
El silencio en la suite fue abrumador, pero algo en él me hizo sentir más inquieta que relajada. Después de lo que había sucedido esa noche, no podía dejar de pensar en la forma en que Nathaniel había dominado cada pequeño momento. Su presencia me había envuelto de manera tan absoluta que, por un segundo, me olvidé de quién era yo antes de todo esto. De repente, todo lo que me importaba era cumplir con las expectativas que él había dejado claras.
Me revolví en la cama, incapaz de encontrar una postura cómoda. La imagen de Nathaniel seguía rondando mi mente: su mirada fija, esa calma casi inhumana que llevaba consigo. La forma en que me miraba, como si ya estuviera evaluando todo lo que hacía, como si cada uno de mis movimientos tuviera un propósito detrás. Mi mente no dejaba de girar, preguntándose cómo había llegado a este punto, cómo había acabado aceptando esta fachada de matrimonio como si fuera la solución a todos mis problemas.
Recordé su voz, firme y autoritaria. "Recuerda lo que has aceptado, Sophie." No era solo un recordatorio; era una advertencia. Pero, a pesar de su tono grave, no podía evitar sentir una extraña mezcla de curiosidad y fascinación. ¿Por qué me afectaba tanto lo que él decía? ¿Por qué su control me dejaba tan... intrigada?
A lo largo de la cena, pude ver cómo Nathaniel jugaba su papel de hombre de negocios, pero algo en sus gestos y en sus miradas me decía que el control no solo estaba reservado para su trabajo. Estaba extendiendo su dominio sobre todo lo que le rodeaba. Incluso sobre mí. Y lo peor de todo era que, en el fondo, sentía que me gustaba.
Por supuesto, yo no podía admitirlo. No podía dejar que esa atracción fuera más que lo que era: una incomodidad momentánea, una reacción física ante alguien tan seguro de sí mismo, tan imponente. Pero el deseo, aunque no lo quisiera, seguía allí, oculto bajo la capa de profesionalismo y de reglas que ambos sabíamos que debíamos seguir.
Esa noche, cuando el coche se detuvo frente al hotel, algo en mí se tensó. A medida que Nathaniel me ayudaba a salir del vehículo, no pude evitar sentir el peso de su presencia a mi lado, tan cercano, tan seguro de sí mismo. Las luces de la ciudad iluminaban su rostro de manera que acentuaba sus facciones, dándole un aire casi... peligroso. Y yo, a pesar de mi resolución, no podía negar que, de alguna manera, me sentía atraída por él.
—Todo esto es solo un juego, Sophie —murmuró mientras caminábamos hacia la entrada del hotel, sus pasos marcando el ritmo de mi respiración, cada uno de ellos resonando en mi pecho—. No olvides las reglas.
Mis labios se abrieron para responder, pero las palabras se me atoraron en la garganta. ¿Qué podría decir? ¿Qué podía decir ante un hombre que ya tenía todo tan claro?
Dentro de la suite, cuando él se detuvo en la puerta, su mirada se posó sobre mí con una intensidad que me hizo dar un paso atrás. No era solo una observación; era un escrutinio. Como si, en algún rincón de su mente, estuviera calculando cada una de mis reacciones, esperando que cometiera un error, esperando que, de alguna manera, me revelara algo más de lo que quería mostrar.
—Recuerda que no estamos aquí para complicar las cosas —dijo nuevamente, sin levantarse de su lugar, como si el simple hecho de hablar me obligara a responder de alguna forma.
Asentí, casi sin pensar. Las palabras que salían de su boca no eran una sugerencia. Eran una orden disfrazada de consejo. No había lugar para la duda en su voz, y yo... no podía hacer otra cosa más que seguir el curso que él había marcado para mí.
La noche avanzó, pero mi mente seguía atrapada en un ciclo de pensamientos contradictorios. ¿Qué se suponía que debía hacer con esta creciente tensión? Había momentos en que sus miradas parecían desnudarnos a ambos, revelando algo más que una simple relación de negocios. Y me aterraba pensar que, quizás, esa era la intención. Tal vez Nathaniel quería que me hundiera en ese mar de incertidumbre, en ese juego peligroso donde las reglas las imponía él.
Me quedé mirando al techo por un largo rato, buscando respuestas que no estaban allí. La pregunta seguía retumbando en mi mente: ¿Hasta qué punto podía llegar en este acuerdo?
En el silencio de la noche, solo el sonido suave de la respiración de Nathaniel me mantenía consciente de su presencia. Pero mientras cerraba los ojos para intentar dormir, no pude evitar preguntarme si este contrato sería solo una fachada por la que ambos pasábamos, o si, con el tiempo, algo más surgiría. Algo más que no estaba en los planes.
Lo que sí sabía con certeza era que, a pesar de las reglas y la distancia emocional que Nathaniel intentaba mantener, había algo en él que no podía ignorar. Algo que me atraía con una fuerza incontrolable, como si el juego del que ambos formábamos parte fuera mucho más complejo de lo que pensaba.
La mañana siguiente llegó antes de lo esperado. Y cuando la luz del día iluminó mi habitación, no pude evitar sentir que todo lo que había vivido la noche anterior era solo el principio. Pero, al mismo tiempo, me preguntaba si estaba preparada para lo que venía. ¿Realmente podría mantenerme firme en mis convicciones? ¿O sucumbiría al poder que Nathaniel ejercía sobre mí, incluso sin quererlo?
La respuesta, por supuesto, no la tenía aún. Pero lo que sí sabía era que, en este acuerdo, las reglas estaban claras: todo lo que sucediera entre nosotros, por muy tentador que fuera, debía mantenerse bajo control. Al menos, eso pensaba yo.
Nunca imaginé que un simple contrato cambiaría tanto mi vida. O tal vez no es el contrato lo que lo hace todo tan complicado, sino él. Nathaniel. Siempre he pensado que soy una persona práctica, capaz de mantener las cosas bajo control, pero este acuerdo... este acuerdo me está desbordando.Al principio, era solo un trato de negocios, un acuerdo frío y lógico. Firmeza de ambas partes, sin emociones de por medio. Así lo había visto: un simple paso en mi vida profesional. Pero con cada día que pasaba, con cada encuentro con él, las reglas comenzaban a difuminarse, y las emociones, esas que siempre traté de evitar, comenzaban a surgir como una tormenta silenciosa.Nathaniel no era solo un hombre de negocios. Eso lo supe pronto, aunque intentara no admitirlo. Había momentos, pequeños destellos, en los que su dureza y control parecían desmoronarse. Como si, solo por un segundo, me permitiera ver algo más allá de su fachada perfecta, algo más humano, más vulnerable. Y fue entonces cuando me
El sonido de las teclas bajo mis dedos es lo único que llena el silencio de la noche. Cada clic parece ser una chispa que me acerca un paso más a la verdad, pero también me aleja de lo que podría haber sido mi vida normal. Una parte de mí desearía poder detenerme, cerrar la computadora y seguir adelante como si nada hubiera cambiado. Pero algo dentro de mí me empuja a continuar, a descubrir lo que realmente se oculta tras el contrato que firmé sin pensar demasiado.Nathaniel me tiene atrapada, no solo en la red de su control, sino también en la de su misterio. Las apariencias, la fachada de empresario exitoso y marido distante, me han llevado a pensar que su vida estaba tan en orden como su figura impasible. Pero a medida que profundizo, empiezo a encontrar grietas en su historia, como un rompecabezas que no se completa bien.
No sé qué me duele más: las preguntas que me atormentan o la certeza de que no tendré respuestas. Desde la conversación con Nathaniel, algo en mí cambió. Aquel roce de su mano, tan casual y tan cargado de intenciones no dichas, sigue retumbando en mi mente. En una fracción de segundo, sentí que todo lo que había creído sobre este contrato, sobre mi vida, se desmoronaba. Este matrimonio de fachada no es tan simple como parece. ¿Qué estamos haciendo, Nathaniel? ¿Qué quiero realmente de él?Por la mañana, cuando me encuentro frente a mi espejo, me resulta casi irónico que me vea como una mujer que ha comenzado a cuestionar lo que su vida ha sido. Mi carrera está establecida, segura, bajo el control absoluto de mi familia. Sin embargo, aquí estoy, atrapad
Mi mano tembló ligeramente mientras sostenía el contrato frente a mí, los papeles impresos bien alineados, la tinta fresca de las palabras que parecían definirme para siempre. Nathaniel Blackwell, un hombre que no conocía pero cuyo nombre sonaba como una sentencia, había hecho una oferta a la que no podía decir que no. No podía, no debía. La alternativa era mucho peor.La empresa de mi familia, la que mi padre y mi abuelo habían construido con sudor y sacrificio, estaba al borde de la quiebra. Y lo peor de todo: no teníamos tiempo. El plazo para evitar la caída era corto, y ni siquiera mis esfuerzos habían sido suficientes para darle un giro a la situación. Entonces, como una salvación del destino, apareció Nathaniel, con su propuesta fría y directa. Un contrato de matrimonio, con él, que me aseguraría salvar la empresa. A cambio, mi nombre quedaría marcado en su mundo, para siempre. Como su esposa, aunque solo fuera un papel."Es simple, Sophie", me había dicho en esa reunión inicial