MI CONTRATO CON EL CEO
MI CONTRATO CON EL CEO
Por: Sam V.
1

Mi mano tembló ligeramente mientras sostenía el contrato frente a mí, los papeles impresos bien alineados, la tinta fresca de las palabras que parecían definirme para siempre. Nathaniel Blackwell, un hombre que no conocía pero cuyo nombre sonaba como una sentencia, había hecho una oferta a la que no podía decir que no. No podía, no debía. La alternativa era mucho peor.

La empresa de mi familia, la que mi padre y mi abuelo habían construido con sudor y sacrificio, estaba al borde de la quiebra. Y lo peor de todo: no teníamos tiempo. El plazo para evitar la caída era corto, y ni siquiera mis esfuerzos habían sido suficientes para darle un giro a la situación. Entonces, como una salvación del destino, apareció Nathaniel, con su propuesta fría y directa. Un contrato de matrimonio, con él, que me aseguraría salvar la empresa. A cambio, mi nombre quedaría marcado en su mundo, para siempre. Como su esposa, aunque solo fuera un papel.

"Es simple, Sophie", me había dicho en esa reunión inicial. "Casémonos por un tiempo determinado, mantendremos las apariencias y todo quedará resuelto. En cuanto a tus dudas, déjalas a un lado. Lo que ofrezco es exactamente lo que necesitas."

Lo peor de todo era que, de alguna manera, esa oferta sonaba demasiado atractiva. ¿Quién más podría salvarme ahora? Mi familia me había puesto en una posición desesperada, pero al mismo tiempo, no podía evitar sentirme completamente rechazada por la idea de casarme con un hombre tan distante, tan... calculador. Pero era lo único que podía hacer.

Me tomé un respiro, tratando de calmar los nervios que me atenazaban. Me sentía como si estuviera tomando una decisión irrevocable, como si no pudiera dar marcha atrás, incluso si quisiera. El destino de la empresa estaba en juego, y mi familia también.

Mi madre siempre me decía que nunca tomara decisiones por desesperación. Pero ¿qué quedaba cuando la desesperación ya había invadido todo?

Pude sentir su presencia incluso antes de que entrara en la sala. Nathaniel Blackwell. Alto, impecablemente vestido, como siempre. Sus ojos oscuros, profundos como un océano desconocido, me miraban con una intensidad que me hizo dudar un segundo. No era la primera vez que nos encontrábamos, pero sí era la primera vez que estábamos aquí, en esta habitación fría, sellando algo que ninguno de los dos deseaba.

"¿Estás lista para esto?" Su voz grave me hizo saltar ligeramente, y me giré para verlo, apenas un paso atrás de mí. El tono de su voz era tranquilo, pero el peso de sus palabras me aplastaba de inmediato.

"No tengo elección", respondí sin pensarlo. Lo que me salió de forma automática, como si no tuviera control sobre mi propia vida. Porque, en realidad, no lo tenía.

Nathaniel sonrió, una sonrisa que no llegaba a sus ojos, pero que aún así tenía algo que me puso incómoda. La forma en que se acercó a la mesa, la forma en que sus dedos rozaron el borde del contrato mientras lo deslizaba hacia mí, era como si todo estuviera bajo su control. Y, en cierto modo, lo estaba. El contrato no solo me ataba a él en matrimonio, sino también a sus reglas, a su mundo.

"Entonces, hagámoslo oficial", dijo, y me extendió la pluma.

No pude evitar la incomodidad que se instaló en mi pecho. Era una simple firma, ¿verdad? Pero sentí el peso de cada letra, cada trazo. Mi respiración se aceleró. ¿Qué clase de mujer se casaba con un hombre como Nathaniel por conveniencia? La respuesta era obvia: una mujer como yo, que no tenía más opciones.

Tomé la pluma, mis manos ahora mojadas por el sudor. Me sentí estúpida. Sentí la burla del destino en cada segundo que pasaba. No era amor lo que estaba escribiendo en ese papel. Era sacrificio. Era supervivencia.

Lo firmé.

"Perfecto", dijo Nathaniel en voz baja, su mirada fija en el contrato, pero su cuerpo parecía acercarse más, como si su presencia ocupara toda la habitación. "Ahora estamos casados, Sophie."

Las palabras me cortaron el aliento. No era un "felicitaciones" lo que me ofrecía. No había celebración en sus ojos. Solo una formalidad que, por alguna razón, me hizo sentir más vulnerable que nunca.

"Es solo un contrato", murmuró, casi como si intentara tranquilizarme. Pero yo no podía tranquilizarme. No con él tan cerca, tan perfectamente calculado en cada movimiento. Podía sentir la tensión en el aire, en la forma en que sus ojos me seguían con una intensidad peligrosa.

¿Era todo esto solo un juego para él?

"Sí, solo un contrato", respondí, pero mi voz tembló ligeramente. No era tan segura como quería ser.

Él no dijo nada más. Solo observó. Como si estuviera esperando una reacción, pero al mismo tiempo, sin mostrar la menor emoción. Sus ojos brillaban con algo que no sabía identificar. No parecía satisfecho, pero tampoco incómodo. Solo... expectante.

Cuando levantó la vista de los papeles, por fin me miró de una manera diferente. No me dijo nada, pero en su mirada había una especie de evaluación. Como si estuviera evaluando no solo el contrato, sino también a la mujer que acababa de adquirir con su firma.

Mi cuerpo reaccionó sin que yo pudiera evitarlo, pero en el fondo, lo odiaba. Quería ser fuerte, ser profesional. Pero en ese momento, esa cercanía entre nosotros me hizo sentir algo más. Algo prohibido. Algo que no debía estar sintiendo.

"Nos vemos mañana", dijo él, rompiendo el silencio incómodo, y con una leve inclinación de cabeza, salió de la sala.

Me quedé allí, sola, con el contrato en mis manos, mi mente en caos. ¿Qué acababa de hacer? ¿Qué me esperaba ahora? La pregunta era simple, pero la respuesta me aterraba. No estaba preparada para lo que estaba a punto de suceder.

Al final, no sabía si lo que más temía era lo que me esperaba a nivel profesional, o lo que había despertado en mí esa mirada de Nathaniel Blackwell. El contrato era un comienzo, pero no tenía ni idea de cuánto afectaría a mi vida.

Y a mi corazón.

Mi mano seguía temblando levemente, aunque no estaba segura de si era el frío de la sala o la incertidumbre de lo que acababa de firmar. Lo miré una vez más, incluso cuando ya había dejado la habitación. Nathaniel Blackwell. El nombre flotaba en mi mente como una sombra que me seguía. Una sombra con poder. Con control. Con una presencia que no podía ignorar, aunque quisiera.

Suspiré, sintiendo el peso de todo lo que estaba en juego. Este matrimonio no era real, al menos no lo era para mí. Estaba hecha para salvar a la empresa. Para proteger a mi familia. Eso era todo. Y aún así, mi mente no podía dejar de regresar a la manera en que sus ojos se posaron sobre mí, evaluándome, desnudándome de alguna forma que me hizo sentir expuesta. Tan expuesta que ni siquiera podía respirar con normalidad.

La puerta de la oficina se cerró con un golpe seco, y me sentí aún más sola. El contrato estaba ahí, frente a mí, con su firma impresa, como una marca que cambiaría todo. Apreté los labios con fuerza, mirando los papeles como si pudiera hacer que todo se desvaneciera si los observaba con suficiente atención.

Era absurdo. Estaba atrapada. Por mi familia, por mi necesidad, por él.

Decidí no pensar más en ello, al menos no por esa noche. Dejé el contrato sobre la mesa, me levanté y caminé hasta la ventana. Miré el horizonte, el cielo cubierto por las luces de la ciudad. Pero, al igual que mi vida, todo parecía distorsionado desde aquí, como si algo no encajara.

“Solo un contrato”, murmuré, repitiendo las palabras de Nathaniel. “Solo un contrato”, me dije, como si pudiera convencerme a mí misma.

Y luego lo sentí. Esa presión en el pecho. Ese peso invisible que se volvía más pesado con cada segundo que pasaba. Lo miré a través de la ventana, a la oscuridad que cubría la ciudad. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué acababa de hacer? Me sentía pequeña, insignificante, perdida en un mar de decisiones equivocadas.

Pero la realidad me golpeó de nuevo. La empresa, mi familia, todo estaba a punto de desmoronarse. Y ahora, en lugar de luchar, había firmado un contrato. ¿Qué era peor, perderlo todo o convertirme en la esposa de un hombre que ni siquiera sabía si me miraba como una mujer, o simplemente como un objeto más en su colección?

Un golpe en la puerta me hizo saltar del lugar donde estaba perdida en mis pensamientos.

“¿Sophie?” La voz de mi madre traspasó la puerta cerrada. “¿Puedo pasar?”

No respondí de inmediato. La última vez que habíamos hablado, le había asegurado que todo estaría bien. Que estaba buscando una solución, aunque en el fondo sabía que la única solución que había llegado a mis manos no era algo de lo que pudiera hablarle. No quería verla decepcionada. No quería ver en sus ojos esa mirada que me decía que había fallado, que me decía que ella nunca habría tomado esta decisión.

“Sí, mamá, adelante.”

La puerta se abrió lentamente, y mi madre apareció en el umbral. Su mirada pasó de mi rostro al contrato sobre la mesa. Sus ojos eran suaves, pero había algo en ellos, algo que me hizo sentir aún más culpable.

“¿Lo has hecho, verdad?” Su tono era casi un susurro, como si ella misma supiera la respuesta pero necesitara oírla de mi boca.

Me encogí de hombros, dándome la vuelta hacia la ventana para no tener que mirarla directamente. “Lo hice”, dije finalmente, con una voz más firme de lo que me sentía. “Es lo mejor para la empresa, mamá.”

Mi madre suspiró y se acercó a mí, poniéndome una mano en el hombro. “Sé que lo haces por la familia, Sophie. Lo sé. Pero... ¿estás segura de que este es el camino que quieres tomar? Porque no se trata solo de negocios, cariño. Se trata de tu vida. Y, si soy honesta, hay algo en todo esto que no me gusta. Nathaniel Blackwell no es un hombre fácil, no lo es con nadie, y mucho menos con...”

“No tienes que decirlo”, la interrumpí, porque sabía exactamente a qué se refería. Nathaniel Blackwell no era un hombre fácil, era un hombre calculador, despiadado. No tenía tiempo para sentimentalismos, y me había quedado claro desde nuestra primera reunión que no iba a poner atención a mis emociones. Solo a los hechos. A los números. A los resultados.

“Lo sé”, dije, casi para mí misma. “Lo sé, mamá. Pero no tengo opción. No quiero que perdamos la empresa. Y si él es la única opción que tenemos...” Dejé que la frase se desvaneciera en el aire, porque no quería decirlo en voz alta. No quería admitir lo vulnerable que me sentía. No quería admitir que, de alguna manera, una parte de mí había aceptado esta oferta no solo por la empresa, sino porque necesitaba algo más que mi vida actual. Tal vez incluso necesitaba a Nathaniel Blackwell, aunque sabía que nunca podría tenerlo.

Mi madre asintió en silencio, como si comprendiera más de lo que quería decir. “Solo ten cuidado, cariño. A veces las soluciones más fáciles nos atrapan de la manera más inesperada.”

Me quedé allí, quieta, mientras escuchaba sus pasos alejándose. La puerta se cerró suavemente detrás de ella, dejándome sola con mis pensamientos y con el contrato.

Mi cuerpo estaba agotado, pero mi mente no dejaba de dar vueltas. ¿Realmente había tomado la decisión correcta? ¿O simplemente estaba buscando una salida fácil? Estaba tan confundida. Una parte de mí me decía que había hecho lo que debía hacer, pero la otra parte me gritaba que estaba cavando mi propia tumba emocional. Nathaniel Blackwell iba a ser mi esposo, al menos por un tiempo, y lo peor de todo era que... ¿y si algo más surgía entre nosotros?

No podía pensar en eso ahora. No podía permitirlo.

Finalmente, con un suspiro resignado, caminé hacia la cama, dejé el contrato sobre la mesa y me tumbé. Cerré los ojos, tratando de calmarme, pero su rostro apareció en mi mente. Esa mirada que me había dirigido mientras firmaba el contrato. Era como si pudiera sentir su presencia aún en el aire. Era imposible ignorarlo.

“Solo un contrato”, repetí en voz baja, como si esas palabras pudieran tranquilizarme. Pero no lo hicieron.

Al contrario, me dejaron un nudo en el estómago que no podía liberar.

¿Era este realmente el comienzo de algo que no entendía?

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