La luz del amanecer se filtraba por las cortinas, dibujando patrones dorados sobre las sábanas de seda. Abrí los ojos lentamente, sintiendo el peso de la realidad caer sobre mí como una manta demasiado pesada. El espacio vacío a mi lado aún conservaba su aroma, ese perfume caro mezclado con algo puramente suyo que había aprendido a reconocer incluso con los ojos cerrados.
Nathaniel se había marchado temprano, como siempre. Pero esta vez, había dejado una nota sobre la almohada: "No huyas de mí hoy. Tenemos que hablar. N."
Suspiré profundamente mientras pasaba mis dedos por el papel, reconociendo su caligrafía firme y elegante. Ya no podía engañarme a mí misma. Estaba completamente atrapada en la red que Nathaniel había tejido a mi alrededor, una red invisible pero más fuerte que cualquier contrato legal que hubiéramos firmado.
Me levanté y caminé hacia el ventanal que daba a la ciudad. Nueva York se extendía ante mí, vibrante y ajena a mi tormento interior. ¿En qué momento había permi