Todos tenemos un límite, una frágil barrera que, tarde o temprano, se quiebra bajo la presión. La templanza que sostenemos con tanto esfuerzo termina por desmoronarse, y en un instante, el deseo o la locura toman el control.
En plena madrugada, Margaret fue sobresaltada por unos golpes insistentes en su ventana. Desvelada y nerviosa, se levantó; contra todo sentido común, decidió abrirla.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste a mi jardín? —preguntó, incapaz de creer hasta dónde era capaz de llegar Ethan.
—Me quedé preocupado por usted —respondió él con una sonrisa cansada—. Quise hacer guardia, pero terminé agotado. Descubrí que mi auto no es precisamente el mejor lugar para dormir.
—Te lo agradezco, de verdad. Pero no es necesario que tomes estas medidas. Ya es muy tarde, lo mejor es que regreses a tu casa —intentó alejarlo con firmeza, aunque sabía que sus palabras serían inútiles.
—Vaya, la defiendo, paso frío y termino siendo su chófer… y aun así, me echa. Estoy decepcionado —agachó la