Mundo ficciónIniciar sesiónLos días siguientes envolvieron a Margaret en una calma frágil, como un cristal a punto de romperse. Su rutina se deslizaba entre reuniones, sesiones de trabajo y clases en la preparatoria, pero su mente era un campo de batalla. Ethan había cumplido su promesa: se había alejado, dejándola en paz. Aunque Margaret se repetía que estaba mejor sin él, una chispa de deseo seguía ardiendo en su interior, susurrándole que lo extrañaba.
—¡Maldita sea! —gritó, con la voz quebrada por la frustración al descubrir las dos llantas pinchadas de su auto—. ¿Cómo demonios pasó esto? ¿Y ahora qué hago?
Se inclinó, inspeccionando el daño, cuando una voz que creyó que no volvería a oír la arrancó de sus pensamientos.
—¡Hola, cariño! —Nike apareció de la nada, con una sonrisa gélida que destilaba amenaza—. Por fin te encuentro. ¿Me extrañaste?
Margaret retrocedió.
—¡Tú! —espetó, con la voz temblorosa pero firme—. ¿Cómo llegaste aquí? ¡Esto no es posible! —Sus ojos se llenaron de pánico mientras lo encaraba—. Vete ahora mismo o llamaré a la policía.
Nike soltó una risita cruel, avanzando con una mueca de satisfacción.
—Vamos, querida, no pongas esa cara —dijo, saboreando su miedo—. ¿Tan rápido me olvidaste? Te lo advertí: nunca te librarás de mí.
—¡Lárgate! —gritó Margaret, con la voz cargada de furia y dolor—. Por tu culpa estuve un mes en el hospital. ¿Qué demonios quieres?
—Te quiero de vuelta —respondió él, dando un paso hacia ella con una mirada que helaba la sangre.
—¡Ni un paso más! —advirtió Margaret, plantándose con valentía—. Escúchame bien: ¡jamás volveré contigo! Prefiero morir.
Los ojos de Nike brillaron con una furia sádica.
—Entonces te complaceré, cariño —siseó. En un movimiento rápido, le lanzó un puñetazo que la hizo tambalearse. Antes de que pudiera reaccionar, la derribó al suelo y sus manos se cerraron alrededor de su cuello, apretando con una lentitud aterradora.
Margaret jadeó, luchando por respirar.
—Si vas a matarme, hazlo —susurró con desafío, sus ojos clavados en los de él—. Es la única forma en que me tendrás.
—Siempre consigo lo que quiero —gruñó Nike, apretando más fuerte. Pero antes de que pudiera seguir, una figura irrumpió en la escena.
—¡Quítale tus sucias manos! —rugió Ethan, con una furia que parecía incendiar el aire. Sin dudarlo, se abalanzó sobre Nike, derribándolo con un golpe—. ¿Con qué derecho la tocas?
Nike se levantó, limpiándose la sangre de la comisura de la boca, y soltó una risa despectiva.
—¿Quién te crees que eres, mocoso? —escupió—. Vete, pequeño héroe. Aquí no pintas nada.
Ethan no retrocedió. Con cuidado, levantó a Margaret del suelo, sosteniéndola con una ternura que contrastaba con la tormenta en sus ojos.
—¿Estás bien? —murmuró, suavizando la voz mientras la abrazaba—. Lo siento, llegué tarde.
Margaret se aferró a él, con lágrimas cayendo sin control mientras su cuerpo temblaba.
—¡Ethan! —sollozó—. Si no hubieras llegado… no sé qué me habría hecho ese maldito.
—Tranquila, estoy aquí —respondió él, secando sus lágrimas con delicadeza—. Te sacaré de este infierno.
—¡Fuera de aquí! —bramó Nike, con el rostro enrojecido por la rabia al ser ignorado.
Ethan giró hacia él, con una mirada afilada.
—¿Y si no me voy? —lo desafió, con un tono burlón que escondía una furia contenida—. ¿Qué vas a hacer al respecto?
Nike sonrió con arrogancia, dando un paso adelante.
—Si no quieres terminar en una camilla, desaparece. Ella y yo solo estábamos… conversando.
—No vi ninguna conversación —replicó Ethan, avanzando con una intensidad salvaje. Lo agarró por el cuello con fuerza, levantándolo ligeramente del suelo—. Escúchame bien: lárgate ahora, o te juro que serás tú quien termine reducido a nada.
Nike soltó una carcajada fría, aunque un destello de duda cruzó sus ojos.
—Un débil como tú no me asusta —dijo, tratando de mantener su fachada de confianza—. Haz lo que quieras, pequeño. No tienes idea de con quién te metes.
Ethan no pensó. Solo reaccionó. Dio un paso al frente y, con la precisión y brutalidad de alguien que había entrenado su cuerpo para algo más que palabras, conectó un puñetazo en la mandíbula de Nike, que lo hizo retroceder y apoyar las manos en las rodillas, tosiendo.
—No vuelvas a tocarla —dijo Ethan, con la voz tan baja que sonó como una sentencia.
Nike se sobó la cara, con los ojos llenos de ira y orgullo herido. Avanzó torpemente, buscando provocarlo; Ethan lo recibió con otro golpe, esta vez directo al rostro, rompiéndole la nariz con un crujido audible. La sangre brotó como un río, salpicando el asfalto, y Nike cayó de rodillas, aturdido.
Margaret ahogó un grito, cubriéndose la boca, pero sus ojos reflejaban una mezcla de terror y alivio.
—¡Ethan, basta! ¡Es mejor llamar a la policía! —suplicó, pero él no la oyó. Su mente estaba fija en defenderla, en borrar la amenaza que Nike representaba.
Solo se detuvo cuando vio sus nudillos, marcados por la sangre.
—Se acabó —murmuró contra su cabello—. Nadie te tocará mientras yo esté aquí.
Margaret se derrumbó en sus brazos, sollozando de alivio.
—Gracias... Dios, gracias —susurró, aferrándose a él como si fuera su salvavidas—. ¿Te das cuenta de lo que hiciste? ¡Podrías ser detenido!
—¡Ja! Que alguien lo intente. Ahora vámonos, dejemos a este imbécil; no creo que a nadie le importe.
—¡Santo cielo! ¿Qué haré contigo?
—Darme un beso —sonrió con picardía.
—¡Estás loco! ¿Por qué estás aquí?
—Te extrañé, solo quería verte. Y cuando llegué, bajé de mi auto y, al ver que estabas siendo atacada, no pude evitarlo.
—Como sea, déjame marchar, estoy agotada.
—No tan fácil —la tomó del brazo derecho y la acercó hacia él—. No creas que te desampararé. Deja que te lleve. Solo de imaginar que alguien pueda lastimarte, me descontrola. Quemaría todos los bosques por ti.
—¡Suéltame! —Su corazón se aceleró, y al observar sus delicados labios, sintió un impulso por devorarlos.
—Vamos, solo te pido un besito.
—¡Déjate de juegos! Apártate, alguien nos puede ver.
—No quiero causarte problemas, así que me detendré. Solo te pido que me dejes acompañarte; quiero asegurarme de que llegarás a salvo.
—Está bien —suspiró.
Ambos subieron al coche, y mientras el auto avanzaba por las calles iluminadas, Margaret estaba abrumada por una mezcla de emociones. A su lado, Ethan conducía con una expresión seria, sus ojos deslizándose ocasionalmente hacia ella, llenos de preocupación y algo más que Margaret no quería interpretar en ese momento.
Finalmente, Ethan rompió el silencio.
—Disculpa si parezco entrometido, pero hay algo que me está rompiendo la cabeza desde hace un rato. ¿Cómo es que terminaste con ese patán?
—Pues… no es algo de lo que me guste hablar.
—Comprendo, no es obligación que lo hagas conmigo. Pero, así como tú me escuchaste, quisiera que esta vez yo fuera tu salvador.
—Y lo fuiste, te lo aseguro. Mira, por ahora, no quiero recordar esos malos momentos. Cuando llegue el momento, te contaré; ha sido un día muy intenso. Necesito descansar y aclarar mis pensamientos.
Ethan no insistió más, y el resto del trayecto transcurrió en silencio. Al llegar al apartamento de Margaret, él se bajó rápidamente para abrirle la puerta y ayudarla a salir del coche.
—Aquí estamos —dijo él—. Si necesitas algo más, no dudes en llamarme.
Margaret lo miró a los ojos y, por un momento, se perdió en su intensidad. Luego, sacudió la cabeza, recordándose a sí misma que cualquier movimiento estaba prohibido y cualquier deseo indebido debía ser desterrado.
—Hora de despedirse —dijo, sintiendo un nudo en la garganta—. Buenas noches.
—Cuídate.
Ethan esperó a que Margaret entrara a su apartamento antes de irse. Cuando ella cerró la puerta, se apoyó contra ella, sintiendo una oleada de emociones. Confundida por todo lo que Ethan provocaba en ella.
Subió a su habitación, se dejó caer en la cama y miró el techo. La reaparición de Nike la abrumaba, y el inesperado rescate de Ethan se mezclaban en su mente, dejándola exhausta y confundida. Sabía que tenía que ser fuerte, que no podía permitir que sus emociones la dominaran. Pero, en lo más profundo de su ser, sabía que los hilos del destino estaban a punto de enredarla en un torbellino del que no podría escapar fácilmente.







