—Señor Bennet, yo le quiero pedir un poco más de tiempo para finiquitar el precio que está pidiendo. No es fácil conseguir esa cantidad y lo sabe.
—¿Pero si ha sido fácil manipular a su antojo la contabilidad para que así nosotros los inversionistas perdamos dinero?
—Eso no fue lo que sucedió, ya se lo dije. Escuche, le tendré el dinero pero tiene que darme algunos días-
—No más días. Ya le dije que era para cuanto antes —el señor Bennet la toma del codo—. No soy tolerante a las esperas y cuando se trata de mi dinero soy muy estricto. ¿A quién se le ocurrió dejar a cargo a una inexperta en finanzas? Claramente llegó a donde está por contactos y no por mérito propio. El capricho la llevó a ser una fatal administradora. Debe pagar los daños causados.
—Suélteme —Azucena se remueve—, le pagaré. Mañana le pagaré.
—Ya no le daré más tiempo. ¿Mañana también dirá que me pagará después? Ésta gente sabrá la clase de compañía y de ineptos que tiene Compañías Reyes. No le daré más tiempo. Mañana mismo demando a la empresa. ¡No me verán más la cara de tonto!
Azucena palidece una vez más, al borde de la locura. La frenesí del miedo siendo una con ella. ¿¡Qué se supone qué hará?! Justo ahora cuando creyó que tendría la posibilidad de encontrar alguna solución…¡No, no! Mientras el señor Bennet continúa su parloteo de amenaza Azucena encuentra un destello que salta a su mirada aterrada.
Sus ojos lo encuentran, finalmente lo encuentran.
En medio de todo éste gentío, el único resultado y la única salida que ve a sus dudas es un solo hombre.
Rafael Montesinos está a metros de ella, acercándose a paso decisivo. Azucena abre los ojos al darse cuenta que no es un espejismo.
Visualiza al señor Bennet, preparándose para la locura que está a punto de hacer.
—…será mejor que toda su familia y usted se preparen. Al igual que yo estoy seguro que muchos inversionistas han perdido su dinero y lo que tendrán que pagar será su castigo —el señor Bennet continúa expeliendo sus amenazas—, ¡Y sobre todo usted…!
—Le tengo el dinero —Azucena se suelta de él, hablando en automático. Cuando Rafael se acerca a ella, Azucena sonríe y toma su brazo—, le presento a Rafael Montesinos, mi nuevo socio. También ha invertido en mi empresa, y es gran amigo de mi familia. Estoy segura que lo conoce, señor Bennet. Temprano en la mañana tendrá su dinero devuelto, lo prometo —Azucena finge una sonrisa, y es inevitable que no sienta la mirada de escrutinio y de ligera confusión de Rafael, ya a su lado. Azucena le sonríe, metida en su papel—. Señor Montesinos, le presento al señor Bennet. Un inversionista de mi compañía y que de hecho estuve a punto de buscar para presentárselo. ¿Conoce al señor Montesinos?
Richard Bennet entreabre los labios cuando se da cuenta del presente hombre mirándolo con fijeza, de tal manera que creería que lo está asesinando con los ojos.
—¿Tiene algún problema con la señorita Reyes? —cuando Azucena oye a Rafael su corazón se detiene. No ha rechistado, no ha preguntado de su imprudente e inesperadas palabras. Le está siguiendo la corriente. Rafael no la mira, porque sus ojos están fijos en el señor Bennet, y debido a su tono de voz, la gravedad en la que habla le hace creer que, de hecho, está enojado.
El señor Bennet carraspea, tomando distancia de los dos. Al igual que ella, la presencia de Rafael lo intimida, y el arrepentimiento se hace ya presente en una Azucena pálida, pero rígida en su sitio para no arruinar el momento y echar a perder todo. Sigue, todavía, tomando el brazo de Rafael.
Y él, sin embargo, no la aparta de su lado.
—No hay ningún problema. De hecho, es grato conocerlo, señor Montesinos. Me sorprende que usted sea —el señor Bennet se aclara la garganta mirando a Azucena—, inversionista en su empresa.
—Si no tiene nada más que decirle a la señorita, le pediré momentos a solas con mi socia —Rafael ni siquiera parpadea al hablar, como si esperara algo que no le gustara para lanzarse a atacar. Las piernas de Azucena tiemblan con cada segundo que pasa—. ¿Me escucho?
—Sí, si. Claro, no tengo ningún problema. Señorita Azucena, entonces quedamos de esa manera. Mi asistente se comunicará con usted. Espero verlos en lo que resta de la velada, señores —el señor Bennet alza la copa, entre confundido y malhumorado, antes de dejarlos solo y perderse entre la multitud.
Azucena puede respirar finalmente, soltando el brazo de Rafael como si quemara tocarlo, como si quemara su piel. La electricidad que la recorre de pies a cabeza al momento de esa cercanía se desvanece e intenta olvidarla. Su corazón palpita a mil, y sólo se pregunta una cosa. ¿Cómo será capaz de mirar a éste hombre luego de esto?
—Sígame —la voz de piedra de Rafael estalla contra sus sentidos. Tosco, amenazante, y peligroso. Le acaricia su voz sólo para recordarle e inmenso error que acaba de cometer, y su tono gutural, profundo e inquietante, se lo hacen recordar. Rafael pasa por su lado.
Azucena cierra los ojos, dándose cuenta que ha metido la pata sólo para salvarse a sí misma. Dios Santo. ¿Qué ha hecho? ¿Y sobre todo él? ¿¡Él?! ¡De entre todos los hombres! Lo busca entre la multitud. Rafael se desvanece hacia uno de los pasillos. Azucena se aclara la garganta y mientras sigue el mismo camino rebusca entre su mente imparable la excusa para solventar la estupidez que acaba de hacer.
Mientras se acerca, se da cuenta que…puede sacarle provecho a esto.
Necesita salir de sus deudas como antes. Y pensándolo bien, puede hacer negocios con éste hombre; por más que le cueste el orgullo. Está desesperada, y sus actos recientes lo han demostrado.
El pasillo la guía a una sala externa, solitaria. Mira hacia atrás en busca de alguna otra persona, pero no hay nadie. Cuando se da la vuelta, se detiene abruptamente al mirarlo de espaldas. Se muerde el labio, suspirando.
«Cálmate. Sólo haz negocios» Azucena deja de tocarse las manos para alisarle el vestido y alzar la barbilla.
—Señor Montesinos —comienza Azucena—, lamento otra vez mi imprudencia. No tenía de otra. Sé que fue repentino, pero le prometo que no estará involucrado más de la cuenta. Quiero —Azucena deja caer los hombros—, hacerle una propuesta.
Rafael finalmente la ve por el hombro. Azucena traga saliva, tomando aire otra vez.
—Propuesta.
—Déjeme explicarlo. Se trata de un préstamo —Azucena comienza.
—No le haré pasar un momento desagradable preguntándole porque razón hizo lo que hizo allá afuera —Rafael mete las manos en sus bolsillos. Azucena no quiere seguir oyéndolo. No le gusta la forma en la que él, siempre, se expresa hacia ella. Con desdén—. Pero mintió.
—Tuve que hacerlo —Azucena intenta defenderse—. Necesito pagar mis deudas y no tengo el dinero. ¿De acuerdo?
—¿Y por qué no le pide a su hermana?
Azucena suspira. Ya se esperaba esto. ¿Por qué se sinceraría con este extraño?
—Ella me dejó a cargo y si ve esto será…no, no puedo dejar que se entere. Y no está a discusión. Necesito un préstamo porque si no éste hombre me demandará por unas malas administraciones en Compañías Reyes y no puedo tampoco dejar que mi propia familia vea que esto se me salió de las manos. Podemos hacer negocios.
—No doy préstamos a quienes no conozco, señorita. Y lo que hizo demuestra que, en efecto, no es muy buena en lo que hace.
Azucena se echa a reír un poco por la incredulidad.
—Bien —odia sentirse así, odia haberle dicho esto justo a él. Lo odia. Y se odia a sí misma por creer que tenía alguna posibilidad de pagar las deudas por la desesperación—, finja por unos días que es mi socio y ya. No era mi intención involucrarlo. Perdón. Buenas noches, señor Montesinos.
Azucena se da la vuelta lista para jalar la puerta e irse para donde sea lejos de aquí, lejos de esta vergüenza en la que ella misma se metió. Tiene otras ideas para salir de esto.
—Usted tiene el 10 por ciento de Compañías Reyes.
Azucena se detiene. La pregunta la devuelve al mismo sitio.
—Es algo obvio —responde ella.
Rafael se quita los lentes en el intento de limpiarlos con una delicadeza que distrae por unos momentos a Azucena.
—Le pagaré las deudas que tiene —Rafael no aparta los ojos de ella—, en cambio de que firme la entrega de esas acciones y me las de.
—¿Qué?
—Las quiero —Rafael sigue hablando—, así tendré la certeza que me pagara de vuelta. Usted termine de pagar su deuda, tómese el tiempo que necesita. En cambio, quiero el pago que gastaré en sus deudas y ese 10 por ciento de su empresa.
Azucena gruñe.
—¿Mis acciones? ¿Quiere mis acciones? ¿En qué está pensando? Le puedo pagar la deuda si me da un tiempo estipulado.
—No se preocupe, yo esperaré al divorcio para tomar mis acciones y cobrarle.
Azucena se atraganta con las palabras de este hombre.
¿Qué?
¿Qué acaba de decir?
—¿Divorcio…?
—Contribuiré a su empresa y tendré razones de tener mis acciones cuando nos divorciemos. Usted firmará esos acuerdos nupciales: nos casaremos.
Azucena abre la boca.
—Pero eso no fue el trato, yo sólo le estaba pidiendo-
—Ya me di cuenta que usted es pésima en temas de finanzas y no me arriesgaré a que mi dinero se pierda y que no pague su deuda—Rafael da un paso hacia ella. Azucena retrocede uno, mirándolo con ojos desorbitados
—¿Su esposa…? —Azucena murmura. Sus ojos fijos en Rafael, incapaces de mirar a otra parte.
Rafael se queda en silencio, contemplándola al oír esa suave voz impresionada e incrédula.
—Estos son negocios, señorita Reyes. Así funciona éste mundo —Rafael responde—, ¿O cree ésta vida es gratis e ingenua como usted? Le resuelvo todos sus problemas y en cambio usted me devuelve algo.
Azucena empieza a mirarlo furiosa.
—Tiene tiempo de decir que no-
—Bien —Azucena le devuelve, desafiándolo. No le quita los ojos de encima—. Acepto el matrimonio.
Rafael se queda con los labios entreabierto, y se traga las palabras ante la provocativa y desafiante jovencita frente a él.
Rafael alza ligeramente una comisura, interesado demasiado en la atrevida y temeraria Azucena Reyes que creía ingenua y caprichosa. Oh, no.
Ésta chiquilla briosa y audaz es más interesante de lo que creyó, y por un momento sus ojos bajan hacia los labios que justo ayer devoraban los suyos.
—Como usted dice, son solo negocios. ¿Dónde tengo que firmar, señor Montesinos? —Azucena se cruza de brazos.
Ésta joven mujer tiene un poder extraordinario para que no pueda apartar sus ojos, y le disguste a más no poder no tener el control.
—Mi asistente se comunicará con usted —Rafael decide que alejarse es ahora la mejor opción de todas. Azucena parpadea cuando el aire clavado en sus pulmones la abandona.Es extraño ahora hablar de un matrimonio como una transición bancaria y le pesa más que en el fondo sea así. Azucena no ha parpadea para cuando Rafael se bebe todo el vino de su copa, mirándola, antes de encaminarse a la puerta de éste salón.—Buenas noches, señorita.—Puedes llamarme Azucena —Azucena lo detiene hablando detrás de él—, si nos vamos a casar podemos dejar las formalidades de lado.Azucena no escucha alguna respuesta inmediata por parte de Rafael.—Buenas noches, señorita.No pasa mucho para que ya no escuche ni un solo ruido detrás de ella salvo la lluvia en Nueva York repercutiendo como una música de fondo para sus pensamientos. La vívida sensación que tuvo con la cercanía de Rafael Montesinos la hace temblar. Jamás había estado tan cerca de él esa manera, y la razón para eso…Azucena se pasa la mano p
—¿Me estás diciendo que Azucena pudo pagar semejantes deudas? —un golpe estruendoso resuena por toda la oficina que pertenece a la sede de Nueva York. Erick Reyes es quien habla, de forma estrepita, mostrando su total desagrado a las palabras que acaba de soltar Richard Bennet. Erick mira hacia otra parte—. Estuviste a punto de hacerla nada.—La tenía —Richard permanece sentado, malhumorado de igual manera. Ambos están demasiado desesperados por la asombrosa jugada de Azucena en su propia jaula—. Me llegó el dinero sin más.—Fuiste un idiota al decir que no hablarías si hacían un acuerdo extrajudicial. Ahora no podemos llevarla a juicio —Erick espeta—, tardé varias semanas en tomar el balance general de ésta sede para crear el plan perfecto y tumbarla de ser la gerencia. Tuvimos todo a nuestro favor y no faltaba nada para comenzar una purga en ésta administración. Ahora me dices que no valió de nada.—Ella no tenía cómo pagar ni la multa ni mi supuesto acuerdo —Richard se defiende—
—Por el poder que me confiere la ley, yo los declaro marido y mujer. Azucena en todo el momento del casamiento pensó que soñaba. No lo está. Esto es muy real como el hombre que sigue estando a su lado. Los separa una distancia mínima de la que creyó, pero la necesidad de mantenerse rígida es para supervivencia. Su corazón late con rapidez con cada palabra del abogado. Se omitió la entrega de los anillos, ya lo puede notar. Han pasado directamente a la firma del acta matrimonial. Y los términos que por supuesto, es la única motivación para éste matrimonio falso. Por la deuda pagada, le entregará a Rafael el 10% de sus acciones como se lo había prometido; una sentencia bastante alta. La consecuencia de esto será fatal a futuro. Arrepentirse ya no es una opción. Debe pagar su deuda, es lo único en lo que Azucena piensa cuando ha terminado de escribir su firma, casi temblando. No puede creerlo. Cuando Rafael también se inclina a firmar, el corazón de Azucena da un vuelco tan
Rita está pronta a marcharse de nuevo a México. La acaba de llamar para decirle que ya está haciendo sus maletas, y que el día de mañana partirá fuera del país. Agradece que su prima no haya sospechado de nada. Que nadie haya sospechado algo en concreto. Le prometió que iría a despedirla. —¿Estás ocupada? —Azucena alza la vista a Erick, su primo, cuando entra a la oficina. Ella le sonríe un poco antes de levantarse y saludarlo con la mano. —No, por favor. Toma asiento. ¿Deseas algo? —Estos días has estado extraña. Creí que ocurría algo —Erick dice—. Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿no? —Lo sé —Azucena sonríe con timidez—, pero ya hemos hablado de esto. Estar frente a la cabeza de ésta sucursal no es fácil. Sé que puedo confiar en ti, Erick. Y por eso —Azucena toma su mano—, me gustaría que estuvieras al frente de la gerencia de finanzas. Tengo otras cosas qué hacer con el rubro de la administración y las importaciones y necesito a alguien de total confia
Sebastián sigue sin llegar en los próximos minutos, y Azucena, evitando a toda costa el lugar de Rafael, le queda aparentar normalidad. Nadie en el mundo salvo la mujer que está con él sabe la verdad. El destino no pudo ofrecer peor encuentro.—¡Aquí estoy! Lo lamento tanto —la inesperada voz de Sebastián la saca de los pensamientos. Azucena le sonríe finalmente.—¿Todo bien?—Jamás descanso, o más bien, jamás me dejan descansar. Un problema de la clínica donde estaré estos días aquí en Nueva York —Sebastián se acomoda en el asiento otra vez—. Fue mi error déjate sola.—Por Dios, no digas eso —Azucena se echa a reír—. Si no fueran por tus excelentes habilidades no fueses tan requerido. Es una ventaja de ser el mejor en lo que eres —le guiña un ojo.Sebastián sólo suelta una pequeña risa al mirarla. Es su turno de servir el vino y ya luego pasan a conversar junto con la cena. Azucena ve por el reojo cómo Marlene se pone de pie, dejando solo a Rafael en la mesa. Es el mismo de siempre,
—¿Mi e-esposo? ¿De qué está hablando? —cualquier nombre hubiese sido perfecta para la persona anónima. No éste. No él. Azucena no le entrega la caja al mesero—. ¿Mi esposo?—Se acaba de ir. Yo mismo le traje su camioneta —el mesero ignora lo que le hizo sentir a Azucena con semejante nombre—. ¿Desea quedarse con el…?—No, olvídelo. Muchas gracias —Azucena se da medio la vuelta. Azorada por aquel nombre, vuelve a preguntar—. ¿Está seguro que fue el señor Montesinos?—Oh, sin duda. Conozco desde hace un tiempo a su marido, señora.Azucena se le quita las ganas de continuar hablando de él. Precisamente de él. ¿Anillo? ¿Un regalo? ¿De qué se trata esto? El mesero pregunta si necesita otra cosa, pero Azucena amablemente deniega de sus servicios antes de salir corriendo hacia la salida en busca de Sebastián. Se guarda la caja en su abrigo, aclarándose la garganta para aparentar que el nombre de Rafael y lo que hizo no la sorprende.La enoja un poco. ¿En qué está pensando regalándole algo as
La seriedad en el rostro de Marlene se contrae a gestos ácidos, como si acabase de mirar lo que le malogrará los días para siempre. No disimula la rabia por dentro, en como visualiza la puerta de la sala de juntas que ya se cierra por Agustín. Sus manos aprietan la carpeta que lleva. Su vestido escotado a propósito y corto no han funcionado hoy, tampoco funcionaron ayer. Duda que funcionen mañana. Todo…para nada.Todo el esfuerzo estos años para ser la mujer de Rafael Montesinos se ha ido al caño.La mandíbula la aprieta, y con un respiro valeroso se da la vuelta ignorando las ojeadas de los hombres a su alrededor. Todos mirando su cuerpo que llama la atención de casi todos ellos. Menos de uno solo. De Rafael. El hombre del que ha estado enamorada tanto tiempo.Estuvo a punto de tenerlo en sus manos. De…dejar de ser una simple asistente sin renombre que nadie respeta a ser una mujer rica con el hombre que ama.Sus puños se vuelven blancos mientras sonríe con disimulo, aparentando que
Rafael hubiese preferido haber controlado sus impulsos, aquellos que últimamente ganan la batalla y toman el control. Y no decirle esas cosas mientras la mira como si fuese lo más hermoso del mundo. A los segundos de perderse en la mirada de Azucena, conmocionada por haberlo oído, Rafael se da cuenta que ha cometido un error.Enojado consigo mismo por no controlarse, se aleja de ella. Su mirada cae a la frialdad nuevamente, y la distancia que propone entre los dos ya es un muro que ahora será más difícil de traspasar y de derrumbar. Azucena respira lo que no ha respirado en los minutos anteriores, suprimiendo lo que Rafael acaba de decir, lo extraño que ha sido para ella.—Si no tienes más nada que decirme puedes retirarte de mi oficina. Estoy ocupado —Rafael no la mira a los ojos ya que está de espaldas—. Haz lo que desees con el anillo.Azucena quiere controlar también los impulsos de seguir con la discusión, pero es una mala idea ahora que las palabras de Rafael, estancadas en su m