El humo se elevaba como un monstruo dormido, expandiéndose lento, espeso, dejando tras de sí una amenaza muda. Dentro del contenedor, Emma temblaba. No por el miedo —o no solo por eso— sino por la certeza de que la línea entre el engaño y la muerte acababa de desdibujarse.
Micah la sostenía con fuerza, su respiración entrecortada, su mirada recorriendo las esquinas del recinto como si esperara que el infierno se abriera de un momento a otro.
—Tenemos que movernos —dijo él, incorporándose con el arma en alto.
Emma fingió dudar, fingió dolor. El rol exigía vulnerabilidad, pero no debilidad.
—Si fue Richard… no estás seguro aquí —añadió él, sin apartar los ojos de la puerta.
Del otro lado de las cámaras, Ellis lo observaba todo. Sentada junto a Aristide y Alessandro, mantenía una mano sobre el micrófono, lista para intervenir si todo se salía de control.
—¿Cuánto tiempo para que podamos evacuar sin levantar sospechas? —preguntó, sin quitar la vista de la pantalla.
—Depende de haci