Para Alessandro, pedirle algo a Ian Spencer era como arrancarse los dientes con la mano.
Doloroso y Humillante.
Imposible, si no fuera porque se trataba de su hermano.
—Dame la oportunidad de despedirme de mi hermano con vida —dijo con voz ronca.
Lo dijo sin arrogancia, sin el sarcasmo habitual. Solo una súplica limpia, sin pretensiones
Y eso, viniendo de él, ya era milagroso.
Micah podía jugar al villano, pero no era tan despiadado como a veces fingía.
Ian, en cambio… era otra cosa.
El cabrón más loco que Alessandro había conocido.
Metódico,Implacable, Un depredador que siempre se deshizo de sus enemigos.
Y lo sabía bien: si Micah seguía respirando, era porque Spencer lo permitía.
—¿Una jeringa? —bufó Ian, alzándola con desdén—. ¿Esta es tu arma secreta?
—Te dije que quería entrar hablándole, no matándolo —gruñó Alessandro, molesto, aunque en el fondo sabía que era una locura confiar en una aguja cuando había rifles esperando allá afuera—. Pero no voy a ir des