La pequeña casa donde Alessandro la había ocultado estaba rodeada de árboles, sin caminos evidentes, sin señales de vida más allá del canto ocasional de un ave solitaria o el crujido de ramas rotas bajo alguna pisada lejana. No era un sitio acogedor, pero tampoco era una prisión. No había cerraduras, ni barrotes, ni amenazas explícitas. Solo el peso del silencio y la incertidumbre.
Ellis no salía de su habitación. No comía con él. No hablaban más que lo estrictamente necesario. Pero tampoco gritaba, ni lloraba, ni exigía respuestas. Estaba demasiado cansada para pelear y demasiado confundida para tomar decisiones. Alessandro respetaba esa distancia. O tal vez la cultivaba.
De lo que había pasado la primera noche,no se mencionó nada. Ambos lo sacaron de su memoria,ella porque no había querido dar explicaciones de su vida y él seguramente porque no necesitaba a otra mujer obsesionada con él.
Esa noche, sin embargo, el silencio habitual se quebró.
Un coche llegó sin hacer mucho ruido. E