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La noche había caído como un manto espeso sobre la carretera. El silencio entre ellos se mantenía tenso, punzante, como si una palabra mal dicha pudiera desatar algo que ambos evitaban desde hacía días.
El auto se detuvo por fin en una casa aislada, escondida entre colinas y árboles viejos. No era grande, pero sí segura. Alessandro lo sabía. Él mismo había mandado reforzar esa propiedad tiempo atrás, pensando que quizá la necesitaría en una emergencia.
Nunca imaginó que sería para esconderla a ella.
Ellis no dijo nada al bajar. Caminó hacia el interior sin mirar atrás, como si seguirle el paso le doliera. Alessandro cerró la puerta tras ellos, dejando fuera al viento y al mundo.
Ella se quedó en el centro del salón, con los brazos cruzados, la respiración aún agitada, el cabello alborotado por el viaje y la persecución. Estaba furiosa. Y también vulnerable.
—Ya basta —dijo él, al fin.
Ella giró apenas el rostro, pero no respondió.
—No vamos a seguir fingiendo que esto es no