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El silencio que siguió a esas palabras fue espeso como la niebla. Isabella sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras observaba los rostros de los guerreros reunidos en la sala. Eran hombres y mujeres endurecidos por la guerra, con cicatrices que contaban historias de batallas pasadas. La resistencia. La única esperanza contra el reinado de Edmond.

Alejandro, a pesar del dolor que lo mantenía débil, levantó la vista para fijar sus ojos en el hombre que los había recibido.

-Si están en contra de Edmond, eso nos convierte en aliados -dijo con voz rasposa.

El líder de la resistencia lo observó con una mezcla de cautela y curiosidad.

-Aliados, dices... Pero no conocemos su historia. Solo sabemos que Edmond los busca con desesperación, lo que nos hace preguntarnos qué tan valiosos son ustedes para él.

Isabella apretó los puños.

-Edmond me quiere de vuelta porque soy la prometida que le impusieron para sellar una alianza política. Pero no soy un trofeo, y mucho menos una moneda de cambio. Prefiero morir antes que regresar a su lado.

El líder de la resistencia sonrió, aunque su expresión seguía siendo dura.

-Esa es una respuesta que respeto. ¿Y tú? -preguntó, mirando a Alejandro.

Alejandro respiró hondo antes de responder.

-Edmond mató a mi familia. Quemó nuestras tierras, destruyó todo lo que mi padre construyó. No lucho solo por venganza. Lucho porque este reino merece algo mejor que él.

Un murmullo recorrió la sala. Algunos de los guerreros intercambiaron miradas, mientras otros parecían evaluar las palabras de Alejandro con interés.

El líder de la resistencia asintió lentamente.

-Entonces, si realmente quieren luchar, tendrán que demostrarlo. Aquí no aceptamos palabras vacías. Todos en este lugar han derramado sangre por nuestra causa. ¿Están dispuestos a hacer lo mismo?

Isabella y Alejandro se miraron. No necesitaban hablar para entenderse. Ambos sabían la respuesta.

-Sí -dijeron al unísono.

El líder sonrió con aprobación.

-Bien. Entonces prepárense. Su entrenamiento comienza al amanecer.

Los siguientes días fueron un infierno.

Isabella y Alejandro fueron separados para entrenar en diferentes disciplinas. Isabella fue puesta bajo la tutela de una mujer llamada Marianne, una experimentada espadachina que no mostraba piedad alguna. Desde el amanecer hasta el anochecer, Isabella fue sometida a un régimen agotador de combate, resistencia y estrategia. Cada vez que se caía, Marianne la obligaba a levantarse.

-Tu enemigo no te dará segundas oportunidades -gruñía la mujer cada vez que Isabella fallaba un ataque.

Isabella aprendió rápido que no podía permitirse la debilidad. Si quería sobrevivir, debía convertirse en alguien más fuerte, más rápida y más astuta.

Alejandro, por otro lado, tuvo que enfrentar su propio calvario. Su cuerpo aún se recuperaba de sus heridas, pero eso no importaba para los entrenadores de la resistencia. Tristan, el hombre que los había rescatado, se encargó personalmente de él.

-Si te quedas atrás, morirás. Si no puedes pelear, Isabella morirá. ¿Eso es lo que quieres? -le espetó en su primer día de entrenamiento.

Eso fue suficiente para encender el fuego en Alejandro.

Poco a poco, con esfuerzo y dolor, su cuerpo se fortaleció. Aprendió nuevas técnicas de combate, nuevas formas de pensar en la batalla. Ya no era solo el hijo de un noble caído; ahora se estaba convirtiendo en un guerrero.

Las noches eran el único momento de descanso, y en ellas, Isabella y Alejandro se encontraban en la orilla del lago cercano a la fortaleza. Allí compartían las heridas del día, los momentos difíciles, pero también pequeñas risas que les recordaban quiénes eran.

-Nunca pensé que terminaría aquí, entrenando para una guerra -dijo Isabella una noche, dejando que la brisa fría acariciara su piel.

Alejandro sonrió levemente.

-Yo tampoco. Pero si esto significa que Edmond caerá, entonces vale la pena.

Isabella lo miró, y en su mirada había algo más que determinación.

-No quiero perderte.

Alejandro extendió su mano y entrelazó sus dedos con los de ella.

-No lo harás.

Por un momento, el mundo pareció detenerse. No había guerra, no había enemigos, solo ellos dos y la promesa silenciosa de que lucharían hasta el final.

Pero la guerra no esperaría por siempre.

Semanas después, el día llegó.

Los exploradores de la resistencia trajeron noticias alarmantes: Edmond había movilizado sus tropas. Había recibido información de que la resistencia se ocultaba en las montañas y estaba listo para arrasar con todo.

El líder de la resistencia reunió a todos.

-No podemos esperar más. La batalla es inevitable. Nos preparamos para esto. Pelearemos.

Un rugido de aprobación recorrió la fortaleza. Los guerreros afilaron sus espadas, prepararon sus caballos y se alistaron para la guerra.

Isabella y Alejandro estaban entre ellos. Ya no eran fugitivos. Ahora eran soldados de una causa más grande que ellos mismos.

Y cuando el sol comenzó a elevarse en el horizonte, anunciando el amanecer del día más importante de sus vidas, ambos supieron que no habría marcha atrás.

El amor que los unía había sido prohibido, condenado desde el principio.

Pero juntos, lucharían por su libertad.

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