Entre sedas,encajes y modales refinados creció Isabel Tolliver,única hija de un matrimonio venido a menos de la sociedad Londinense,en la que,las apariencias importan más que la moral y los buenos sentimientos. Con un matrimonio arreglado con William Herbert Conde de Pembroke. Un hombre rechazado por su color de piel,al que el título le importa menos que el afecto de su familia. ¿Surgirá algún sentimiento entre ellos? ¿Podrán contra los prejuicios y los celos de la sociedad?
Leer másEstaba en su habitación, envuelta en la soledad de sus pensamientos que se aferraban a ser lo único que le pertenecía. No tenía nada que le pudiera distraerla de sus nuevas obligaciones adquiridas. Imágenes la asaltaron por cada rincón de su mente. Días de paz,y de juegos. No había angustia , no había dolor. De pronto, un aguijón se le clavó nuevamente en el pecho.
No deseaba hacerlo, moriría antes,pero para qué pensar en ello, ya estaba muerta.El viento sopló en su dirección hacia la vela a un lado de su cama,la flama se extendió con un temblor y el color azul se tiñó de rojo por unos segundos,sus ojos seguían en ese punto cuando de pronto una voz aguda le sorprendió con un portazo.-Deja de hacer esas cosas Isabel,parece que hubieras perdido la razón-. Dijo su madre acercándose.Con dos dedos apagó la flama y en su lugar quedó una mota de humo dispersándose.Ella no solía ser buena compañía para nadie,ni siquiera para su padre. Su aspecto delgado,su nariz aguileña y su falta de gentileza la hacían ver aún mas vieja de lo que era.-Desearía hacerlo.Murmuró la chica en voz baja.-Baja de una vez,la cena está lista.Exigió su madre y la vio salir de la misma forma silenciosa en la entró.Su cuerpo se tensó y las manos y piernas le temblaron. Él estaba ahí, esperándola, y sólo deseaba desaparecer. Con pasos parsimoniosos bajó cada escalón, era lo único que la separaba de ese anciano que le producía nauseas,su fétido olor se le colaba por las fosas,aunque tratara de ignorarlo. No había escalones suficientes que le separara de esa tortura.Escuchó risas y el sonido de copas al encontrarse. El miedo y el nerviosismo se mezclaron en un jadeo, dejándole la garganta seca.Se negó a creer que fuera cierto,que aquellas visitas de cortesía fueran para planearlo. Mal dijo en sus adentros y hubiera lanzado una blasfemia, pero no lo hizo,se detuvo,siempre fue piadosa.Su cabello rojizo se le pegó a la piel y el corset le apretó el pecho,no podía respirar, lograba hacerlo con dificultad,supo que todo había acabado,la obligarían a ese absurdo matrimonio.En el amplio comedor se encontraban sus padres con el hombre que la iba a desposar,era lo que su madre había insinuado.-Hija,por fin has bajando-. El rostro de su padre no se veía complacido como el de su madre y buscó inútilmente su simpatía, rogó para que se diera cuenta que casarla con el anciano era una locura.-Buenas noches.Saludó formal,fingiendo,el anciano le sonrió para luego beber de su copa.-Buenas noches bella dama,es un honor para mi compartir su mesa esta noche-. Dijo el señor Melville.Hizo una mueca y su madre le lanzó una mirada furiosa.-¿Te importaría ser un poco más amable? El señor Melville es una visita importante, hija.Trató de parecer dulce,pero de nada le valía, sus gestos grotescos no podían fingirse.-El honor es mío.Tragó veneno y fingió tanto como pudo. La noche le pareció eterna,y aunque su mente voló lejos de aquella forzada charla,su cuerpo seguía presente.-Isabel-Llamó su padre-En dos días será tu boda,ya todo está arreglado. Su padre se aclaró la garganta y le dio un vistazo al señor Melville, éste asintió casi imperceptible.Nuevamente la angustia le recorrió el cuerpo,su garganta estaba seca y las lágrimas picaron sus ojos.-No se angustie señorita-Melville se dirigió a ella,al notar que el rostro de Isabel se descomponía-Usted será tratada como merece-. Su sonrisa engañosa fue la que terminó con sus estribos. No había recibido amor nunca,el trato de su familia era impecablemente frío como un hielo,como lo era todo lo que había conocido siempre.Sacó valor y fuerza de donde no los había y se levantó de golpe.-¡No! Me rehúso a casarme con alguien que no conozco.-¡Isabel!-. Gritó su madre furiosa, y pudo jurar que en los ojos de su padre nació un brillo distinto. ¿Simpatía?.Melville parecía confuso,sus mejillas se inflaron dándole un aspecto chusco,se levantó de su silla con sorpresa y luego preguntó.-Pero...¿se...rehúsa?.A penas podía dar crédito a sus palabras.-¿No escuchó? Me niego.Era la primera vez que se dirigía directamente al anciano.-¡Lo harás! Quieras o no-. Sentenció su madre tajante.-Creo que debería discutirlo...-. El anciano parecía dudoso-Si me permite señor Tolliver. El anciano estaba a punto de retirarse.Su padre negó,pero fue su madre quien dijo la última palabra.-No es necesario señor Melville,Isabel hará justamente lo que se le ordena y será un honor para nuestra familia este enlace.Envuelta en furia se levantó de la mesa sin el permiso de sus padres. Era una señorita de sociedad educada con mano firme,que jamas se revelaría a su familia,pero aquel día lo hizo.Corrió hacia su habitación ignorando los gritos de protesta de su madre. El pecho le colapsaría en cualquier momento, las manos le temblaban y no dejó de sollozar.La puerta se abrió de golpe y el rostro furioso de su madre la sorprendió al igual que un ardor en su mejilla, la había golpeado.- Harás todo lo que se te diga,es una orden-. Gritó colérica.Las lágrimas rodaron por sus mejillas sin ser capaz de contenerlas. Se sintió impotente y terriblemente sola.Esa noche no durmió, y a la mañana siguiente volvió a sentir el mismo vacío en su pecho. Se dirigió hacia la ventana.Fuera, hacia un día espléndido,la abrió y la luz de la mañana le llenó el rostro abrazándole la piel. De pronto,miró a su madre entrar con una charola llena de comida en las manos,se hubiera rehusado a probarla,pero ella la mantenía vigilada con su penetrante mirada de ave de rapiña.-Esta noche partiremos hacia la casa de campo de tu prometido,mañana muy temprano serán los preparativos para la boda.Todo acababa muy pronto, sólo rogó a dios que las horas fueran eternas,que el tiempo caminara más lento y la librara de esa angustia.Había días en los que su madre solía encerrarla por cosas que escapaban de sus manos cuando era niña,como ensuciar los vestidos o el calzado,en esos días la encerraba bajo llave y las horas se volvían terriblemente lentas. Ahora, ella deseaba que sucediera lo mismo.Para cuando su mente se despejó un poco,era ya casi la merienda. Ni siquiera había bajado a comer y nadie había ido a buscarla.De nuevo su madre entró con un ajuar en las manos extendiéndolo sobre la cama. Era un vestido impresionante, de finos bordados y un corset bellísimo, las zapatillas de un diseño impecable que eran el juego perfecto,dos hermosas joyas, pero no significaban nada para ella.-Isabel,ven a verlo-. Su madre se notaba conforme,los ojos le brillaban de satisfacción y pudo ver una sonrisa sincera en su demacrado rostro. Se acercó lentamente y los dedos le temblaron al sentir la seda bajo su tacto. Era de aspecto muy fino,no cabía duda.-Lucirás hermosa con esto,tu prometido es un hombre generoso.Sí,eso parecía.-Madre-. La llamó-¿usted le conoce?. La voz le salió tímida e insegura.Y a su madre todo rastro de alegría se le esfumó del rostro.-No,pero mañana le conoceremos. Dicen que ha viajado mucho,y que tiene cultivos en tierras exóticas,que sus propiedades más importantes no están ligadas a su título y que él mismo vigila sus intereses. Tendrás un marido estricto,y un hombre que vigila sus intereses es admirable y para apreciar,seguramente es dueño de sirvientes extranjeros y debe cuidar bien de esa gentuza,nunca se sabe las mañas que tengan.La vio hacer un gesto de asco,nunca la había visto ser amable con la servidumbre.Se casaría con un lord,que seguramente la mantendría encerrada como a una joya, mientras la rodeaba de doncellas que cuidaran de ella y no le permitirán hacer nada.El camino a Hampshire había sido largo y agotador. Habían pasado un par de días en tránsito, y el cansancio se reflejaba en cada gesto de Isabel. Lady Grayson no lucía mejor. Días atrás había asegurado que, por ningún motivo, se perdería el evento del año —después del de su sobrino, por supuesto. Los empleados de la finca aguardaban su llegada con las habitaciones impecables y todo dispuesto para la boda del Vizconde de Linley. El carruaje se detuvo y, de inmediato, un criado colocó el escalón. William abrió la puerta y, antes de ayudar a las damas, no pudo evitar echar un vistazo al castillo. Marcus solía invitarlo a pasar unos días en ese lugar, lejos de la presión de Londres. William siempre lo había tomado a broma. Después de todo, si algo distinguía al conde de Pembroke era su capacidad para ignorar el estrés de la capital. Nunca había tenido la intención de complacer expectativas ajenas. Sin embargo, de haber sabido lo majestuoso que era aquel sitio, se habría dado la
Amelia lucía exquisita. Cada uno de los detalles de su vestido, el brillo en su cabello, el modo en que se movía por la sala, hacían que Marcus sintiera que el aire se volvía espeso a su alrededor. Era como si todo en el mundo se hubiera detenido, dejándole solo el peso de la presencia de ella. Había algo en sus ojos, en la manera en que le miraba, que lo desconcertaba, pero también lo atraía poderosamente. De alguna manera, parecía que toda la atmósfera a su alrededor palpitaba con una tensión que él no sabía cómo manejar. En cuanto ella entró en la habitación, la conversación que había estado sosteniendo con varios de los presentes se desvaneció en la nada. Nadie más importaba. Solo Amelia. No pudo evitar preguntarse por qué, después de tanto tiempo, ella estaba allí, frente a él. La mujer que había dejado una marca profunda en su corazón sin siquiera saberlo. La mujer por la que había guardado silencio durante tanto tiempo, sin tener el valor de expresarle lo que sentía. El mis
Amelia llegó a la mansión con el corazón apesadumbrado, sabiendo que lo que tenía que hacer no sería fácil. La mansión, imponente y llena de ecos de antiguas conversaciones, se erguía ante ella como un testamento de su propio fracaso. No sabía cómo iba a enfrentarse a William, o si siquiera tenía el derecho de hacerlo. Sin embargo, algo dentro de ella le decía que debía intentar, aunque fuera una vez más. Su intención original había sido hablar con William, explicarle, disculparse. Pero en el último momento, antes de entrar en el despacho donde él usualmente pasaba las tardes revisando documentos, su mente cambió. No era William quien la recibiría, o al menos no lo esperaba así. De pronto, la figura que vio en la puerta era Isabel, la esposa de William, quien la miró con una calma que a Amelia le pareció casi distante, pero cargada de una serena severidad. Isabel había sido amable con ella en el pasado, pero en este momento, el rostro de Isabel no expresaba lo que Amelia esperab
La mañana siguiente fue un nudo tenso en el estómago de Marcus. No durmió. No pudo. Desde el momento en que vio a Amelia llevársela, supo que la única persona con suficiente influencia y poder para salvarla era William. Pero también sabía que eso significaba enfrentarse a un dilema que ambos habían evitado durante años. Llegó a la mansión con el rostro endurecido y el paso firme. William lo recibió en su despacho, aún procesando el caos que había dejado la caída de Edward. Cuando vio entrar a su amigo, supo que no era solo una visita de cortesía. —Quiero que la saques de ahí —dijo Marcus, sin rodeos. William no preguntó a quién se refería. Ya lo sabía. —No —respondió con frialdad—. No lo haré. —William… —Ella fue su cómplice. No importa si lo hizo por amor, por miedo o por estupidez. Sabía con quién estaba y qué hacía. Debe enfrentar las consecuencias. Marcus lo observó, cruzando los brazos, conteniendo la frustración. —Tú sabes que Amelia no es como él. Sabes que el
La calma en la mansión se rompe con un alboroto que nadie esperaba ver. Hombres uniformados recorren los pasillos con pasos firmes mientras Edward, altivo hasta el último momento, es finalmente apresado. Sus manos, acostumbradas a controlar, ahora están esposadas, y su arrogancia se desmorona ante la evidencia irrefutable de sus crímenes.—¡Esto es un error! —gruñe Edward, resistiéndose mientras los guardias lo conducen fuera de la biblioteca que tantas veces creyó controlar—. ¿Creen que hice todo esto solo? ¡No me llevarán sin que ella pague también!El silencio ensombrece la estancia, pero sus palabras despiertan curiosidad entre los nobles presentes.—¿A qué te refieres? —pregunta uno de los oficiales, deteniéndose.Edward sonríe con crueldad, disfrutando su último momento de poder.—No encontrarían mi nombre en ningún documento sin ayuda. Amelia estuvo conmigo en cada paso. Mi cómplice, mi confidente… ¿Y creen que escapará de esto tan fácilmente? ¡Que la lleven también ante la cor
La noche cae pesada sobre la mansión, pero en el interior del dormitorio todo arde.William cierra la puerta detrás de él, y en un instante tiene a Isabel contra la madera, sus bocas chocando con una necesidad desesperada. No hay palabras esta vez, no las necesitan. La lengua de William invade su boca, robándole el aliento, mientras sus manos recorren su cuerpo como si quisiera memorizar cada centímetro de su piel.Isabel gime bajo su toque, arqueándose contra él. Sus dedos tiemblan al desabotonarle la camisa, ansiosos, impacientes. William le atrapa las muñecas suavemente, obligándola a mirarlo a los ojos.—Esta noche... eres mía, Isabel —murmura con una voz ronca que le estremece las entrañas.Ella asiente, perdida en la tormenta que él desata dentro de ella. William la alza en brazos como si no pesara nada y la lleva hasta la cama. La deposita sobre las sábanas con una reverencia casi salvaje, sus labios descendiendo por su cuello, su clavícula, el borde del escote.Con dedos torpe
Último capítulo