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Mientras yo la ayudaba a comer su almuerzo, Enyd vino a sentarse en un taburete junto a la cama y nos habló de lo que seguía.

—Debemos ayudar a tus músculos a recuperarse, o nunca podrás dejar la cama —dijo con lentitud, asegurándose que Risa atendía y entendía lo que decía—. Así que mientras duermes tu siesta, haré trabajar un poco tus piernas.

Risa cerró y abrió los ojos mientras tragaba una buena cucharada.

—Luego te lavaremos con aceite de lavanda para que te relajes y te haremos masajes con sésamo y romero, para la circulación. —Enyd aguardó a que Risa volviera a asentir y me dirigió una mirada fugaz antes de enfrentarla de nuevo—. ¿Permitirías que Mael me ayude con los baños y los masajes?

Risa buscó mis ojos, vacilante. Eso me bastó para menear la cabeza.

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