Cruzar el filo y comenzar el descenso me produjo una sensación indescriptible de tranquilidad, como si me hubieran quitado un peso enorme de los hombros y el pecho. Porque ya no tendríamos que preocuparnos de amenazas, y podríamos dedicarnos en cuerpo y alma a lo que más deseábamos en el mundo: construir nuestro hogar, criar a nuestros hijos, vivir en paz lejos de todo conflicto.
Brenan se quedó atrás en el bosque, procurándose un bocado, pero nosotros continuamos a un trote rápido hacia el prado y el establo donde los niños dormían.
La corpulenta sombra de Dugan apareció en medio del pasillo entre las cuadras cuando entramos, sigiloso y vigilante. Nos olfateó en silencio y movió la cola antes de hacerse a un lado, como si nuestras esencias respondieran cualquier pregunta.
Aine y Sigrid se habían echado con los niños y alzaron la cabeza al escucharnos. Ellas tampoco dijeron nada ni hicieron preguntas. Se levantaron sin ruido y dejaron la cuadra, moviendo la cola como Dugan.
—¿Nadie pr