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Risa demostró esa misma tarde que estábamos en lo cierto.

Despertó apenas Bardo fue a posarse en su almohada, y fueron las muestras de alegría del cuervo lo que nos alertó de lo que sucedía. Soltaba unos cloqueos que jamás le escuchara antes, la cabeza inclinada contra la mejilla de mi pequeña, que sonreía mientras lo acariciaba como podía, con las puntas de sus dedos que escapaban de la venda. El muy descarado chilló al verme entrar al dormitorio, acurrucándose junto a la cara de Risa y temblando como si yo le inspirara miedo.

Sólo calló cuando ella le tocó el pico, antes de volverse hacia mí sin dejar de sonreír. Me senté al borde de la cama, junto a sus piernas, y no dejó de sorprenderme que su esencia siguiera siendo tan dulce.

—¿Estás bien, amor mío? —le pregunté en voz baja—. &iqu

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