Nos adentramos solos en el bosque, donde me desvestí y volví a cambiar. Mael me dejó echada junto al caballo y se internó entre los árboles en busca de algo para comer. Yo estaba tan débil que sentía que perdería el sentido de un momento a otro. El caballo norteño, que aprendiera de Briga y nuestros otros animales a no espantarse al vernos en cuatro patas, se acercó a olisquearme y me lamió la frente, sobresaltándome.
Al verme abrir los ojos y alzar la cabeza hacia él, me observó con atención, y tan pronto volví a entornar los ojos, me lamió de nuevo. Jadeé suavemente, riendo para mis adentros, reconfortada por sus cuidados inesperados. Cuando moví la cola, pifió suavemente y frotó su hocico con el mío antes de seguir lamiéndome.
Así nos encontró Mael, que me traía un zorro y lo dejó frente a mí riendo por lo bajo.
—Mírate nada más —dijo—. En un momento estás asesinando parias a mano desnuda, y al siguiente pareces lo bastante inofensiva para que uno de estos caballos porfiados te con