Decidimos ponernos en camino al día siguiente, para tener otra noche a buen resguardo del clima, y con la esperanza de que la tormenta no duraría mucho más.
Pasamos el resto del día con Ronda, Ragnar y los niños. Se los veía radiantes a todos, y los pequeños eran tan dulces y obedientes, que costaba creer que fueran una docena. Disfrutaban los cuidados y el cariño tanto como los agradecían, y Ragnar y mi hermana no ocultaban su felicidad.
Nos despedimos de ellos luego de una cena temprana. Risa abrazó a los niños uno por uno, prometiéndoles que volverían a encontrarse en pocos días, cuando llegaran a Reisling.
De regreso en la casita que compartíamos, advertí la vacilación de mi pequeña cuando llegó el momento de darme las buenas noches. No pude evitar una sonrisa cuando se ruborizó al confesar que le gustaría dormir