Entreabrí la puerta lo indispensable para asomar la cabeza y la vi arrodillada frente al hogar, de espaldas a mí, una mano cubriendo su boca y la otra en un puño crispado sobre su falda.
Me acerqué a agacharme tras ella y aguardé, pero no cambió de actitud.
—No importa lo que pienses de ti misma, eres la mujer más valiente y fuerte del mundo, amor mío —le dije con suavidad—. Sé que te avergüenza lo que te ocurre, y que nada que yo diga lo cambiará. Yo también siento vergüenza, ¿sabes? No recuerdo mucho de lo que nos ocurrió, pero lo poco que sí recuerdo me hace sentir que te fallé en absolutamente todo.
Noté que se envaraba al escuchar mis últimas palabras, aunque siguió dándome la espalda.
—Mi única responsabilidad es protegerte y honrarte —continué desviando la vista ha