Ya había tenido tiempo de pensar cómo dormiríamos esa noche, considerando que había un solo dormitorio con una sola cama, y que no podía obligar a Risa a que la compartiera conmigo. Así que mientras ella alimentaba a los cuervos, agregué leña en los dos hogares y corrí mesa y sillas en el comedor.
—¿Qué haces, mi señor? —inquirió muy seria al verme tender mi manto sobre la alfombra frente al hogar.
—Preparo mi cama —respondí con suavidad, sonriendo al enfrentar su expresión interrogante—. ¿Te molesta si cambio para dormir? Me ayudará a no sentir frío.
Asintió vacilante, pero no agregó nada más. Poco después se dirigió al dormitorio con el ceño levemente fruncido, evitando mirarme. Bardo y Galo aletearon tras ella, y lograron escurrirse dentro antes que cerrara la puer