La expresión esperanzada de Harald me conmovió, y deseé de corazón que ya pudiéramos estar en el Valle, para que comprobara que le decía la verdad. Entonces advertí que el niño disimulaba un bostezo y vacié mi cuenco de un trago.
—Ve a dormir, pequeño —le dije.
—¿Y tú?
—Ya me voy a dormir también.
—Buenas noches… Mael.
—Buenas noches, Harald. Que Dios te bendiga.
—Se nota que eres su esposo —comentó con tono ligero, incorporándose, y me obsequió una gran sonrisa—. Ella nos dice lo mismo cada noche.
Me demoré allí, solo junto al fuego. A pesar del cansancio y el dolor, y lo avanzado de la hora, decidí que no perdía nada abriéndome, a ver si alguno de los míos estaba despierto.
Ragnar respondió de inmediato. Me