Después de haberla asistido durante tantos años, Lenora ayudó a la reina a desvestirse por última vez, recostada en su gran cama junto al ventanal abierto al cielo estrellado del este. La reina cambió sin ninguna dificultad, y permitió que Mael la acomodara en la litera cubierta de cojines y suaves mantas de vellón.
Entonces Milo, Mendel, Flynn y Filgar sujetaron las robustas varas de madera y cargaron la litera a través del nivel principal del castillo. Mael y yo los seguíamos en completo silencio a través de los amplios corredores desiertos, en los que nuestros pasos despertaban inusuales ecos.
Echada en su litera, la reina alzó apenas la cabeza, las orejas erguidas, cuando nos adelantamos por el pasillo central hacia las imponentes puertas principales, abiertas de par en par.
El clan aguardaba allí, en el prado, hasta los más pequeños, todos en cuatro patas. Y cu