Cuando Jacob se marchó, Logan permaneció de pie frente a la ventana durante varios minutos. No movía un músculo, pero sus pensamientos eran un torbellino. El fuego de la chimenea crepitaba detrás de él, arrojando sombras que danzaban por las paredes de la biblioteca.
Mía.
Luca.
Victoria. Pablo.
Esos nombres se entrelazaban como piezas de un rompecabezas que había permanecido escondido durante años, y que ahora comenzaba a tomar forma.
Cada vez que recordaba el temblor en la voz de Luca, su mirada firme y la certeza con la que había pronunciado la frase “Somos Tormenta”, algo en su interior se tensaba como una cuerda al borde de romperse.
Logan apretó los puños. No podía permitir que Mía supiera nada todavía. No hasta que entendiera el alcance real de todo aquello. Si se confirmaban sus sospechas… todo lo que creían sobre el pasado de su manada era una mentira. Y una mentira bien construida.
Giró lentamente, dejando caer la cortina, y caminó hacia la mesa central de la biblioteca. Sus