El bosque se abría espeso y silencioso bajo la luna. El lobo avanzaba con paso firme, sus patas pesadas dejando huellas profundas en la tierra húmeda.
En su lomo, desmayada, iba Isabella, el cuerpo inerte de la joven que no despertaba desde el ataque. Su pelaje oscuro brillaba bajo la luz plateada, y sus ojos amarillos resplandecían con un fuego de orgullo: estaba por entregar a la presa más valiosa al alfa de Colmillo.
Cuando cruzó el último claro, el aire cambió. El olor era distinto: hierro, poder, dominio. Territorio Colmillo. A medida que descendía hacia las primeras construcciones de piedra que marcaban los límites, varios lobos que custodiaban la frontera alzaron las cabezas, sorprendidos. Sus gruñidos se sofocaron de inmediato cuando reconocieron al lobo que traía aquella carga tan peculiar. No era un enemigo cualquiera; era uno de los más leales a Owen.
—¿Qué demonios es eso? —murmuró uno de los guardianes al ver el cuerpo femenino inerte sobre su lomo.
—Una prisionera —cont