El cuero negro de la silla crujió suavemente bajo los dedos de Owen mientras los deslizaba con calma sobre el respaldo. Sus ojos, fríos como el acero y cargados de astucia, brillaban con malicia bajo la luz tenue de su nueva oficina.
La habitación estaba envuelta en un silencio expectante, roto únicamente por el leve zumbido del reloj colgado en la pared.
Una sonrisa lenta y satisfecha se dibujó en sus labios.
—¿Hiciste lo que te pedí, Juan? —preguntó sin girarse, con la voz serena pero cargada de una autoridad incuestionable.
Juan, su beta, dio un paso al frente. Su postura era recta, su rostro, inexpresivo.
—Sí, alfa. En estos momentos las empresas de Logan están hechas un desastre. Las rutas de distribución fueron bloqueadas, las cuentas principales congeladas y sus alianzas comerciales están empezando a dudar de su liderazgo.
Owen dejó escapar una risa baja, casi un ronroneo.
—Perfecto... —murmuró, con la mirada clavada en el horizonte que se asomaba tras el ventanal—. Que el alf