Logan cruzó los límites de la manada Tormenta. Sus patas, aún cubiertas de polvo y sangre seca, tocaban el suelo con firmeza. Se transformó en su forma humana justo al cruzar la barrera mágica que protegía el territorio. Sus ojos seguían dorados, chispeando con rabia contenida. Sostenía a Mia en sus brazos, su cuerpo aún débil tras la huida.
La tensión se sentía como un nudo apretado en el aire.
—¡Alfa! —gritó una de las guerreras al verlo llegar—. ¿Está herida?
—No... solo agotada —respondió Logan con voz ronca, pero firme—. Llévenla a su habitación.
La guerrera, llamada Laira, una loba alta de cabello oscuro y mirada calculadora, alzó la vista hacia él con una ceja arqueada.
—¿A su habitación, alfa?
Logan se giró con fuerza, su mirada chispeando como el trueno.
—Sí —gruñó con tono grave—. A mi habitación. Y no dejen de vigilarla ni un segundo.
Laira asintió con un pequeño estremecimiento en su nuca. No era miedo lo que sentía, sino respeto absoluto. Extendió los brazos y Logan le e