Estaba terriblemente cansada y el ajetreo de la noche anterior no me ayudaba a recuperarme. Sorprendentemente no tuve pesadillas y el cuidado constante de Rownan hizo muy agradable el viaje.
Devoré el cocido que el astil del fuego me ofreció durante un breve descanso que tomamos, dando tiempo a que los hombres se reagruparan y volví a gozar del abrigo que mi esposo me ofrecía al cabalgar juntos.
Así no temía a los posibles ataques de nuestros enemigos y con el estómago lleno, el sueño se hizo aún más profundo e insoportable. No había estado tan débil desde que diera a luz a mi hijo y al pensar en esos días, sentí la emoción aglomerándose en mi corazón.
No le revelé mis sospechas al rey, sino que aguardé a tener la certeza, para no ilusionarlo en vano. Continué descansando, acomodada contra el cuerpo de mi esposo hasta que finalmente escuché a los astiles discutiendo con el rey y sus voces, que me parecían lejanas, fueron como arrullos desafinados.
Sabía que le estaban exigiendo que me