Los dos días siguientes fueron de preparación intensa. Dante apenas dormía, alternando entre entrenar obsesivamente y caminar inquieto. Luna, Aria y Zara se turnaban manteniéndolo cuerdo, recordándole comer y descansar.
—Vas a colapsar antes de que comencemos— Aria le advirtió una mañana, bloqueando su golpe.
—Y no le servirás a nadie.
—No puedo detenerme— Dante gruñó, atacando nuevamente con más fuerza. —Si paro, si pienso demasiado, me volveré loco.
Aria lo derribó en un movimiento veloz, inmovilizándolo contra el suelo. —Entonces déjame distraerte apropiadamente —susurró, su cuerpo presionado contra el de él.
—Aria —respiró Dante, su corazón acelerado.
—Shh —ella lo silenció con un beso feroz. —Deja de pensar por un maldito momento.
Y lo hizo. Se perdió en ella, en la pasión y la intensidad. Cuando se separaron, ambos respiraban pesadamente, pero Dante se sentía más centrado.
—Gracias— murmuró contra sus labios.
—Siempre— Aria sonrió. —Esa es mi especialidad. Sacarte d