Mundo ficciónIniciar sesiónDante despertó con el sabor de sangre en su boca. Cada centímetro de su cuerpo gritaba de dolor. Abrió los ojos lentamente, encontrándose rodeado de oscuridad absoluta. El bosque de las Tierras Salvajes era denso; la luz de la luna apenas penetraba el dosel de árboles retorcidos.
Se obligó a sentarse, gimiendo ante el dolor en sus costillas. Probablemente tenía varias rotas. Sus ropas ceremoniales estaban hechas jirones, manchadas con sangre seca. La imagen de su padre cayendo, la daga de Víctor hundiéndose en su pecho, asaltó su mente.
—Padre...— su voz se quebró. Lágrimas ardientes corrían por sus mejillas. —Te fallé.
Un aullido cercano lo sacó de su dolor. Sonaba hambriento, salvaje. Los lobos de las Tierras Salvajes no eran como los de las manadas civilizadas. Eran criaturas corrompidas por la magia oscura que saturaba este lugar, bestias sin razón que mataban por instinto.
Dante intentó llamar a su lobo interior para transformarse, pero sintió una barrera. Algo estaba mal. Su lobo estaba ahí, podía sentirlo, pero estaba débil, apenas un susurro de lo que debería ser.
—¿Qué me hicieron? —murmuró, recordando cómo no pudo transformarse durante el ataque. Víctor debió haberlo drogado de alguna manera, suprimiendo temporalmente su capacidad de cambio.
Otro aullido, más cercano esta vez. Dante se obligó a ponerse de pie, apoyándose contra un árbol. Necesitaba refugio, agua, comida. En su estado actual, no sobreviviría a un encuentro con los lobos salvajes.
Comenzó a moverse entre los árboles, cada paso era una agonía. La oscuridad era casi total, pero sus sentidos de lobo, aunque debilitados, eran mejores que los humanos. Podía oler agua cerca, un arroyo o río.
—Solo sobrevive esta noche— se dijo a sí mismo. —Una noche a la vez.
Mientras avanzaba, los recuerdos lo asaltaban. Tenía que haber señales que había ignorado. ¿Cuánto tiempo llevaba Víctor planeando esto? ¿Quiénes más estaban involucrados? Y las últimas palabras de su padre sobre su madre...
—Tu madre... ella sabía...— había dicho Marcus. ¿Sabía qué? ¿Sobre la traición? ¿Sobre su poder dormido?
Dante siempre creyó que su madre, Celeste, había muerto al darlo a luz. Era la historia que todos contaban. Pero ahora, con todo lo que sabía siendo mentira, ¿qué más le habían ocultado?
El sonido de agua corriente aumentó. Dante aceleró el paso, ignorando el dolor. Cuando finalmente encontró el arroyo, se dejó caer junto a él, bebiendo desesperadamente. El agua fría ayudó a aclarar su mente.
Se lavó la sangre del rostro, viendo su reflejo en el agua bajo la tenue luz lunar. Apenas se reconocía. Sus ojos, normalmente de un marrón cálido, tenían un brillo extraño, casi plateado en los bordes.
—¿Qué soy?— susurró a su reflejo.
Un crujido de ramas lo puso alerta instantáneamente. Giró, buscando una piedra, un palo, cualquier arma. Sus manos encontraron una rama gruesa justo cuando tres pares de ojos amarillos emergieron de la oscuridad.
Lobos salvajes. Más grandes que los lobos normales, con pelaje sucio y enmarañado, baba goteando de sus colmillos. Se movían con la coordinación de una manada de caza, rodeándolo.
—Vamos— Dante gruñó, levantando la rama como garrote. —Si quieren matarme, no será fácil.
El lobo líder, el más grande, lanzó un aullido y atacó. Dante golpeó con la rama, conectando con la mandíbula de la bestia. El lobo retrocedió aullando, pero los otros dos atacaron simultáneamente.
Dante esquivó al primero, pero el segundo lo derribó. Colmillos buscaron su garganta. Dante logró interponer la rama entre él y las fauces del lobo. La madera crujió bajo la presión.
—¡No!— rugió Dante, y algo dentro de él despertó.
Poder ardiente explotó desde su centro. Sus ojos brillaron plateados, brillantes como lunas pequeñas. Fuerza sobrenatural llenó sus músculos. Con un grito, lanzó al lobo lejos de él. La criatura voló varios metros antes de estrellarse contra un árbol.
Dante se puso de pie, sorprendido por la energía que ahora fluía por sus venas. El lobo líder lo miró con lo que parecía ser... ¿miedo? Los tres lobos comenzaron a retroceder, gimiendo.
—Así es— Dante avanzó, su voz más profunda, resonante con poder. —Huyan.
Los lobos salvajes se voltearon y huyeron entre los árboles. Dante se quedó solo, jadeando, su cuerpo temblando mientras el poder se desvanecía tan rápido como había llegado. Cayó de rodillas, exhausto.
—¿Qué fue eso?— miró sus manos, esperando ver algo diferente. Se veían normales, pero había sentido ese poder, salvaje e inmenso.
"Tu verdadero poder aún duerme", había dicho su padre. ¿Era esto a lo que se refería? ¿Tenía algún tipo de habilidad especial que ni siquiera conocía?
Dante se arrastró hacia una cueva cercana que había visto mientras peleaba. Era pequeña, pero ofrecía protección. Una vez dentro, colapsó contra la pared de roca, su cuerpo demandando descanso.
Mientras sus ojos se cerraban, se obligó a hacer una promesa.
—Descubriré qué soy. Me haré fuerte. Y volveré— susurró en la oscuridad. —Víctor, espero que disfrutes tu trono robado. Porque vendré por ti. Por mi padre. Por mi manada. Lo juro por mi sangre y mi honor.
La luna roja finalmente se ocultó, dando paso a la oscuridad total. En la cueva, Dante finalmente cedió a la inconsciencia, sin saber que en las sombras, una figura encapuchada lo observaba con ojos plateados curiosos.
—Interesante— murmuró la figura. —Muy interesante. Quizás no estés tan perdido como crees, cachorro.
La figura se desvaneció en la oscuridad, dejando solo el sonido del viento entre los árboles y los suaves ronquidos de un futuro alfa que apenas comenzaba su verdadero viaje.







