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Capítulo 3: Primera Sangre

El amanecer llegó con niebla espesa y el sonido de pasos acercándose. Dante despertó sobresaltado, cada músculo protestando. Había dormido pocas horas, atormentado por pesadillas donde su padre moría una y otra vez.

Agarró una piedra afilada que había encontrado la noche anterior y se preparó. Los pasos eran cautelosos, deliberados. Demasiado coordinados para ser lobos salvajes.

—Sal, cachorro —una voz ronca llamó desde fuera de la cueva. —Sé que estás ahí. Puedo oler tu sangre.

Dante apretó la mandíbula. No tenía opción. Quedarse en la cueva significaba ser acorralado. Salió lentamente, piedra en mano, preparado para pelear hasta su último aliento.

Afuera lo esperaba una escena perturbadora. Una manada de seis lobos salvajes rodeaba la cueva. Pero estos eran diferentes a los de anoche. Eran más grandes, más organizados. Y en forma humana, aunque apenas. Sus cuerpos estaban retorcidos, cicatrices de corrupción mágica cubriendo su piel.

El líder era un hombre masivo con un ojo perdido y colmillos que sobresalían incluso en forma humana.

—Así que tú eres el que humilló a mi grupo de caza anoche — el líder gruñó, mirando a Dante de arriba abajo. —No pareces mucho. Medio muerto ya.

—Si quieres terminar el trabajo, adelante— Dante levantó su piedra. —Pero te costará.

El líder se rió, un sonido áspero y desagradable. —Coraje. Me gusta eso. Dime, cachorro, ¿qué hizo un lobo de manada para terminar en nuestro territorio?

—Eso no es tu problema—respondió Dante.

—Oh, pero sí lo es— el líder se acercó. —Verás, las Tierras Salvajes son nuestro territorio. Todo lo que entra nos pertenece. Eso te incluye.

Los otros lobos se ríeron, cerrando el círculo. Dante calculó sus opciones. Eran seis contra uno. Estaba herido, débil y su lobo aún no estaba respondiendo completamente. Las probabilidades no eran buenas.

—Sin embargo— continuó el líder, —hay algo extraño en ti. Tus ojos. Ese destello plateado que mis cazadores reportaron. Eso no es normal.

—No sé de qué hablas— mintió Dante.

—Mentiroso— el líder gruñó. —Pero no importa. Pronto estarás muerto de todas formas. A menos...

—¿A menos qué?

—A menos que puedas derrotarme en combate singular— el líder sonrió, mostrando dientes podridos. —Si ganas, mis lobos no te tocarán. Si pierdes, bueno, serás nuestra cena.

Dante evaluó al hombre. Era el doble de su tamaño y claramente tenía años de experiencia sobreviviendo en este lugar brutal. Pero no tenía opción. Si peleaba contra los seis, moriría con certeza. Al menos así tenía una oportunidad.

—Acepto— Dante dejó caer la piedra, mostrando que pelearía limpiamente.

—Valiente o estúpido— el líder se transformó parcialmente. Su rostro se alargó, garras emergieron de sus dedos. Era una transformación parcial, algo que solo los lobos más experimentados podían lograr. —Probablemente estúpido.

Dante intentó transformarse también, llamando a su lobo interior. Por un momento, nada pasó. El pánico comenzó a establecerse. Luego, lentamente, sintió el cambio. Era más difícil de lo normal, pero sus garras emergieron, sus sentidos se agudizaron.

—Así que aún puedes cambiar— observó el líder. —Interesante. Generalmente, el veneno de acónito tarda días en salir del sistema.

¿Cómo sabía sobre el acónito? Dante no tuvo tiempo de preguntar porque el líder atacó con velocidad brutal.

El puño del líder conectó con el estómago de Dante, sacándole el aire. Dante retrocedió tambaleándose, apenas esquivando un golpe de garra que habría arrancado su garganta.

—Demasiado lento— se burló el líder.

Dante gruñó, buscando una abertura. El líder era más fuerte y más rápido, pero Dante había sido entrenado por el mejor: su padre. Marcus le había enseñado que la fuerza no era todo.

Cuando el líder atacó nuevamente, Dante no esquivó. En su lugar, se movió hacia el ataque, dentro del alcance de las garras, y golpeó con su codo el único ojo bueno del líder.

El líder rugió de dolor, retrocediendo. Dante presionó su ventaja, golpeando costillas, rodilla, cualquier punto vulnerable que encontraba. No eran golpes poderosos, pero se acumulaban.

—¡Pequeña sabandija!— el líder barrió con su brazo, conectando con el pecho de Dante. Dante voló hacia atrás, aterrizando dolorosamente.

Tosió sangre, sintiendo nuevas costillas rotas uniéndose a las viejas. El líder avanzaba, furioso ahora, descuidando su defensa. Era lo que Dante esperaba.

Cuando el líder se lanzó para el golpe final, Dante rodó a un lado. El líder se estrelló contra la pared de roca detrás de Dante. En ese momento de desorientación, Dante saltó sobre su espalda, envolviendo su brazo alrededor del cuello del líder en un estrangulamiento perfecto.

—Ríndete— gruñó Dante en su oído. —O te rompo el cuello.

El líder luchó, pero Dante mantuvo su agarre. Los otros lobos miraban, indecisos. Finalmente, el líder golpeó el suelo tres veces. La señal de rendición.

Dante lo soltó, retrocediendo rápidamente para prepararse por si era un truco. Pero el líder simplemente se quedó en el suelo, riéndose amargamente.

—Bien peleado, cachorro— admitió. —Tienes el corazón de un guerrero aunque no la fuerza. Aún.

—¿Cumplirás tu palabra?— preguntó Dante.

—Los salvajes tenemos nuestro código— el líder se puso de pie lentamente. —Ganaste limpiamente. Pero déjame darte un consejo, cachorro. Este bosque está lleno de cosas peores que nosotros. Si quieres sobrevivir, necesitas hacerte más fuerte. Mucho más fuerte.

—¿Cómo?— Dante preguntó antes de poder detenerse.

El líder lo estudió con su ojo bueno. —Hay una sanadora. Vive al norte, cerca del Río Negro. Dicen que puede curar cualquier cosa. Incluso, quizás, despertar lo que duerme dentro de ti.

—¿Por qué me ayudas?

—Porque reconozco a un alfa cuando veo uno— el líder escupió sangre. —Y porque algo me dice que volveremos a encontrarnos, cachorro. Cuando lo hagamos, preferiría que fueras lo suficientemente fuerte para darme una pelea decente.

El líder hizo un gesto a su manada y comenzaron a alejarse.

—Espera— llamó Dante. —¿Cuál es tu nombre?

El líder miró hacia atrás. —Garron. Y tú, cachorro. ¿Cómo te llamas?

—Dante. Dante Mora.

Los ojos de Garron se abrieron con sorpresa. —¿Mora? ¿De la Manada Luna Plateada?

—Fui— Dante respondió amargamente.

—Ya veo— Garron asintió lentamente. —Las noticias viajan rápido, incluso aquí. Dicen que el heredero traicionó a su padre y fue exiliado. Pero mirándote ahora, apostaría que la verdad es diferente.

—Lo es—Dante apretó sus puños. —Mi tío me traicionó. Mató a mi padre y robó el trono.

—Entonces tienes sed de venganza— Garron sonrió. —Bueno. La venganza puede mantenerte vivo cuando nada más lo hace. Usa ese fuego, Dante Mora. Hazte fuerte. Y cuando regreses a reclamar lo que es tuyo, quizás nuestros caminos se crucen nuevamente.

Con eso, Garron y su manada se desvanecieron en la niebla del bosque.

Dante se dejó caer contra la pared de la cueva, exhausto pero vivo. Había sobrevivido a su primera verdadera prueba en las Tierras Salvajes. Y ahora tenía un destino: el Río Negro y una sanadora misteriosa.

Mientras se preparaba para comenzar su viaje, notó algo tallado en la pared de la cueva. Símbolos antiguos que no reconocía, pero que de alguna manera se sentían familiares. Los trazó con sus dedos, sintiendo un hormigueo de energía.

—¿Qué eres?— murmuró.

La respuesta llegó en un susurro, casi inaudible: "El comienzo".

Dante se alejó de la cueva, comenzando su camino hacia el norte. No sabía que detrás de él, desde las sombras de la cueva, una figura encapuchada emergía, tocando los mismos símbolos con una sonrisa.

—Así que finalmente lo encontraste— la figura susurró. —El camino hacia tu destino ha comenzado, Dante Mora. Espero que estés preparado para lo que viene.

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