El jefe fingió estar casado, pero su familia quería conocer a su esposa. Ella, por su parte, necesitaba vacaciones con urgencia. Así que hicieron un trato: él la llevaría a una lujosa luna de miel en un destino paradisíaco, pero con una condición… debía fingir ser su esposa. Y, para asegurarse de que todo saliera según lo planeado, había un contrato con reglas muy claras: Nada de besos. Nada más que una relación laboral. Nada de compartir la misma cama. Para ella, no sonaba tan mal. Vacaciones pagadas en un lugar de ensueño… con su jefe. ¿El problema? Lo odiaba con cada fibra de su ser. Pero, como dicen, a caballo regalado no se le miran los dientes. Así que firmó el contrato, convencida de que cumplir esas reglas sería pan comido. Después de todo, solo eran unas simples vacaciones. ¿O no?
Leer másLo miro como si me estuviera hablando en otro idioma.—¿Y ellos saben que es tu ex? ¡Me dijiste que nunca habías presentado a nadie! —exclamo con tono sorprendido.—Es cierto, no presenté a nadie… formalmente —expresa, encogiéndose de hombros como si estuviera diciendo algo obvio.—¿Entonces saben que salía contigo? —vuelvo a preguntar.Mi cabeza da vueltas. ¿Cómo puede ser que su familia la haya invitado sin saber todo? ¿Cómo Martín tiene la desvergüenza de aparecer aquí tan campante, como si nada hubiera pasado?Parpadeo varias veces, como si así pudiera acomodar las piezas de ese rompecabezas absurdo.Alejandro se lleva una mano a la nuca, frotándose con fuerza, visiblemente incómodo. Sé que odia este tipo de conversaciones profundas; normalmente esquiva todo con una broma o una sonrisa ladeada, pero esta vez no.Esta vez suelta un suspiro largo, cansado, y gira para mirarme de frente. Su expresión seria me alerta. No es la típica fachada de "todo está bien". No, ahora es diferente
Alejandro reaparece con una camisa blanca remangada y pantalones caqui claros. Parece salido de una publicidad de perfume italiano y, aunque intento no mirarlo demasiado, mis ojos no me obedecen. Me visto sin apuro, eligiendo un vestido color lavanda con flores rosas que compré sin pensar en usarlo.—¿Qué planes tienes para hoy? —inquiero, rompiendo el silencio con voz tranquila, como si no acabáramos de dormir abrazados, como si no hubiera existido ese beso, esas caricias, esa noche.—Dormir, ignorar mi teléfono y desayunar como un rey. Ese es el plan —dice mientras se pone un reloj de muñeca, sin mirarme—. Pero...Se interrumpe justo cuando su celular vibra sobre la mesita de noche. Lo mira y suspira. Luego me lanza una mirada que no sé si es de resignación o de incredulidad.—¿Qué pasa? —pregunto, arqueando una ceja.—Es mi papá —comunica.—¿Todo bien?—Sí… —Alarga la palabra con desconfianza, como si no entendiera del todo lo que acaba de leer—. Nos invita a un brunch.—¿Un qué?—
El trayecto de vuelta al hotel es silencioso, pero no incómodo. La ciudad sigue su curso, las luces de los edificios parpadean a lo lejos y el ambiente sigue cargado de esa energía cálida de la noche, pero a medida que nos acercamos al hotel, algo en mí comienza a cambiar.Lo que comenzó como una noche llena de risas y momentos inusuales, empieza a tener un sabor agridulce. La idea de que todo esto es solo un fugaz sueño, una ilusión pasajera, me golpea con fuerza. Mi mente, a veces más sabia de lo que quisiera, me recuerda que la promesa que Alejandro me hizo no es real. Esta "relación" no es más que eso: un contrato, una actuación, algo que, en el fondo, ambos sabemos que no tiene futuro.Nos detenemos frente al hotel y, por un instante, no sé qué hacer.—Gracias por todo hoy —le digo.Él me sonríe, pero algo en su mirada me hace sentir que sabe lo que pasa por mi cabeza.—Ha sido un buen día —responde, aunque su tono se percibe ligeramente más serio, como si él también notara que a
No es una actuación.No hay nada de fingido en la forma en que sus labios se funden con los míos, en cómo su otra mano se apoya en mi cintura, como si necesitara asegurarse de que no me vaya a escapar.El murmullo de la sala desaparece. Las luces, la música, las mesas, todo se desdibuja. Solo quedamos nosotros.Su boca se mueve contra la mía con una mezcla de furia contenida y deseo reprimido, y me sorprende lo fácil que es olvidarme de que esto empezó como una farsa. Mis dedos se enredan en su camisa sin darme cuenta. Lo atraigo más, queriendo sentir cada parte de su cuerpo, de su fuego, de ese algo que hace que el mundo entero se derrumbe y se reconstruya con él como centro.Él gime bajo, apenas audible, y ese sonido se cuela por mi pecho como un rayo. El beso se vuelve más profundo. Más urgente. Me muerde el labio inferior como si fuera una promesa y una advertencia al mismo tiempo. Y yo… yo me pierdo. Me pierdo en su olor, en su calor, en esa forma en la que su lengua roza la mía,
Caminamos de regreso tomados de la mano, como si no acabáramos de tensar hasta el límite esa línea difusa entre lo real y lo pactado. Alejandro no suelta mi mano en ningún momento, ni siquiera cuando pasamos entre mesas repletas de rostros desconocidos, ni cuando nos acercamos a la nuestra, donde María conversa animadamente con otra pareja que no reconozco.Nos sentamos sin decir nada. Él tira levemente de mi silla para acomodarla antes de sentarse a mi lado, y yo hago lo posible por no parecer afectada, pero lo estoy. Por dentro sigo temblando, no por el alcohol, sino por sus palabras, por la manera en que me mira como si ya hubiera ganado.La música sigue sonando, las copas siguen llenándose, pero yo estoy atrapada en un punto ciego entre su presencia y mis propios pensamientos.Alejandro se inclina hacia mí, con esa postura casual que no engaña a nadie.—¿Estás bien? —pregunta en voz baja, solo para mí.—Sí —respondo con rapidez, demasiado rápido—. Solo… no sé si debimos haber hech
Regresar a la fiesta después de esa conversación —o lo que sea que fue eso— se siente como intentar nadar contra la corriente con la ropa puesta. Me rehúso a mirar a Alejandro mientras volvemos al salón. Ni una palabra, ni un gesto. Solo el eco de nuestros pasos sincronizados sobre el mármol del pasillo, los dos fingiendo que el aire no está cargado de tensión mal resuelta y palabras que se nos quedaron atragantadas en la garganta.Las luces me reciben como una bofetada. La música ha cambiado, más animada ahora, y el salón parece incluso más lleno que antes. Los invitados beben, charlan y ríen, como si el mundo no se hubiera tambaleado hace apenas minutos en un rincón oscuro.Alejandro coloca su mano en la parte baja de mi espalda para guiarme, y aunque ese gesto suele ser elegante y ensayado… esta vez me quema. Porque sé cómo se sienten sus manos. Sé lo que provocan. Y por más que quiera alejarme, mi cuerpo todavía lo recuerda.Me dejo llevar de vuelta hasta nuestra mesa, donde una c
Mi mirada está fija en el borde de la copa de vino que sostengo entre los dedos, pero mi mente está a kilómetros de distancia.Pienso en Martín. El único hombre al que Alejandro no quiere cerca. ¿Por qué? ¿Qué es lo que hay entre ellos? ¿Una vieja enemistad de negocios? ¿Una ex compartida? ¿Un secreto sucio que ninguno quiere recordar?La forma en que se miraron, como si estuvieran librando una guerra silenciosa, me dejó con más preguntas que respuestas. Alejandro no quiso hablar del tema. Cerró la conversación con ese tono tajante que no deja espacio a negociaciones, pero lo conozco. Aunque diga poco, su cuerpo habla. Y lo que vi fue pura tensión. Celos. O algo incluso más oscuro.Un leve roce en mi brazo me saca del trance. Apenas un toque, suave, disimulado, pero suficiente para traerme de regreso.—Es hora del baile —murmura Alejandro, con su voz grave rozándome el oído. Ese tono suyo mezcla de fastidio y dominio… y algo más. Algo que no sé si quiero identificar.Asiento y dejo la
Los camareros comienzan a servir las entradas: pequeños platillos adornados con exquisiteces gourmet. Mi mirada se posa en lo que parece ser una combinación artística de mariscos y salsas, como si fuera algo creado por un pintor de la época. Parece lindo y rico a la vista, pero mi estómago no parece muy feliz. —¡Ah, qué presentación tan encantadora! —exclama María, mirando su plato con admiración.Alejandro asiente con una sonrisa, pero yo no puedo evitar fruncir el ceño ante el tamaño minúsculo de la porción. ¿En serio esto es suficiente para una entrada? Mi apetito está lejos de estar satisfecho.—Es una creación del chef local, es conocido por sus platos sofisticados y su presentación artística —explica Carlos, probablemente notando mi expresión.Hago un intento por probar los mariscos, pero la verdad es que no me gustan mucho. Alejandro me dirige una mirada de reojo y nota que no comí casi nada.—¿Te gusta? —me pregunta en un susurro.—Sí, está... interesante —respondo con una so
Abro la puerta del baño de golpe y salgo disparada como si me persiguiera el mismísimo demonio.Mi corazón late descontrolado, mis pulmones arden por la risa contenida y mis piernas tiemblan. Me aferro a la toalla envuelta alrededor de mi cuerpo como si fuera un escudo sagrado y sigo avanzando hasta la habitación, sin atreverme a mirar atrás.Dios, ¿qué acaba de pasar? No, no, no. No quiero pensarlo. No puedo.El sonido de la puerta del baño abriéndose nuevamente me hace apretar los ojos con fuerza. Lo escucho caminar con la misma calma con la que sale de una reunión de negocios, como si no acabara de pasar la situación más ridícula, incómoda y, lo peor de todo, potencialmente sensual de la historia.—¿Piensas ignorar lo que pasó? —pregunta con su tono más irritantemente tranquilo.—Exactamente —respondo con rapidez, sin girarme a verlo.—Sabes que no es la primera vez que alguien se resbala en una ducha, ¿verdad?—No lo sé, Monteverde. No me la paso investigando estadísticas de accid