El jefe fingió estar casado, pero su familia quería conocer a su esposa. Ella, por su parte, necesitaba vacaciones con urgencia. Así que hicieron un trato: él la llevaría a una lujosa luna de miel en un destino paradisíaco, pero con una condición… debía fingir ser su esposa. Y, para asegurarse de que todo saliera según lo planeado, había un contrato con reglas muy claras: Nada de besos. Nada más que una relación laboral. Nada de compartir la misma cama. Para ella, no sonaba tan mal. Vacaciones pagadas en un lugar de ensueño… con su jefe. ¿El problema? Lo odiaba con cada fibra de su ser. Pero, como dicen, a caballo regalado no se le miran los dientes. Así que firmó el contrato, convencida de que cumplir esas reglas sería pan comido. Después de todo, solo eran unas simples vacaciones. ¿O no?
Ler mais«Necesito vacaciones con suma urgencia», pienso mientras realizo mi rutina matutina: ir al baño, cepillarme los dientes, darme una ducha mientras sufro porque la calefacción no funciona, tomar un té de manzanilla con pan y salir corriendo para no llegar tarde al trabajo.
Después de dos autobuses y un taxi, siento que mi estrés está por alcanzar su límite. No puedo creer que llevo tres años trabajando en una agencia de viajes y aún no he tenido vacaciones.
La rutina en la agencia es agotadora: atender a clientes que buscan organizar sus vacaciones soñadas, resolver problemas de reservas, lidiar con cambios de itinerarios. Todo se ha convertido en una especie de tormento diario. Además, las interminables reuniones y las exigencias de mi jefe, Alejandro, quien siempre parece estar un paso por delante y espera que todos sigamos su ritmo, no ayudan.
Finalmente llego a la oficina, justo a tiempo para evitar una reprimenda.
—Buenos días —saludo con una sonrisa forzada, ocultando mi falta de entusiasmo.
Alejandro me lanza una mirada rápida y asiente, sin decir palabra. A pesar de trabajar juntos durante tres años, nunca hemos desarrollado una relación cercana. Él es un jefe distante y exigente, y yo solo soy una empleada más, intentando sobrevivir en el caótico mundo del turismo.
Las horas avanzan lentamente, y las solicitudes de los clientes no cesan. Cada vez que escucho a alguien hablar de sus próximas vacaciones, siento una punzada de envidia. A veces cierro los ojos y me imagino en una playa paradisíaca, con el sol acariciando mi piel y el sonido de las olas calmando mi alma, pero rápidamente regreso a la realidad. Por ahora, eso es solo un sueño lejano.
Mi compañera de trabajo, Lisa, se acerca con una expresión conspiradora cuando, por fin, tenemos un momento de tranquilidad.
—¡Te tengo un chisme! —susurra emocionada, levantando sus cejas de forma teatral.
La miro con interés. A veces, el chisme de la oficina es lo único que rompe la monotonía de mi vida.
—A ver, ¿qué pasó? —pregunto, esperando que sea algo lo suficientemente jugoso para mantenerme despierta el resto del día.
—Alejandro se va a casar —dice en voz baja, como si estuviera revelando un secreto de estado.
—¿Qué? —Casi suelto una carcajada. El hombre más distante y reservado que he conocido en mi vida, casándose—. No te creo, ¿estás segura?
—Segurísima —afirma, asintiendo con la cabeza, y sus rizos rubios se mueven al ritmo del gesto—. Escuché que su familia está organizando un evento para conocer a su futura esposa. ¿No es increíble? ¡Alejandro, el soltero empedernido!
Me quedo mirándola, incrédula. ¿Alejandro? El hombre que nunca muestra emociones, el que siempre parece estar más casado con su trabajo que con cualquier persona. ¿Cómo es que no sabíamos nada de esto? Bueno, es claro, el tipo nunca habla con nadie de nosotros y mantiene oculta su vida personal.
—¿Sabes cuándo será? —pregunto, intrigada y, si soy honesta, un poco sorprendida.
—No sé los detalles exactos, pero dicen que es pronto, quizás en una semana —Lisa se acomoda en su silla, claramente deleitándose con mi incredulidad—. No puedo imaginar cómo será la mujer que logró atraparlo. ¡Ojalá nos invite a la fiesta!
Mi mente comienza a divagar. Intento imaginar a Alejandro, el jefe más estricto del planeta, en una boda. No lo veo como alguien sentimental. Estoy segura de que su futura esposa es de esas mujeres sofisticadas, siempre perfectas, alguien que combine con su estilo inmaculado y su frialdad, pero sacudo la cabeza, volviendo a la realidad. ¿Por qué me importa tanto? No es asunto mío.
—¿Y sabes quién es la novia? —pregunto por curiosidad, aunque una parte de mí se siente rara haciendo esa pregunta.
—No tengo idea, pero imagino que debe ser alguien importante, ¿no? —Lisa sonríe con esa expresión curiosa que tanto me gusta y que hace que quiera preguntarle más.
Antes de que pueda seguir, Alejandro asoma la cabeza por la puerta de su despacho y me mira.
—Señorita Rivera, necesito verla en mi oficina ahora —dice con tono autoritario.
—¡Uy, te toca! —murmura Lisa, guiñándome un ojo—. ¿Sabrá que estás hablando de él?
—¡Tú empezaste la charla! —exclamo, poniéndome de pie.
Respiro hondo. No es la primera vez que Alejandro me llama para una reunión, pero siempre lo hace con ese tono distante y formal. Camino hacia su despacho con el estómago ligeramente tenso. ¿Qué querrá esta vez?
Llego a la puerta de su oficina y toco suavemente antes de entrar. Cuando abro, lo encuentro de pie junto a la ventana, mirando el paisaje de la ciudad como si estuviera calculando la mejor manera de conquistarla.
—Tome asiento, por favor —dice sin mirarme.
Me siento frente a su escritorio, notando el silencio incómodo que envuelve la sala. Algo se siente diferente hoy. ¿Es por el rumor del casamiento? No puedo evitar pensar que quizás esta reunión tenga algo que ver con eso.
Alejandro finalmente se da la vuelta y me mira directamente a los ojos, algo que rara vez hace. Su expresión es seria, pero hay algo más, algo que no logro descifrar.
—¿Quieressermiesposapordossemanas? —suelta de repente, sin respirar y tan rápido que apenas le entiendo.
¿Escuché mal o me está pidiendo que sea su esposa? Sí, habré escuchado mal. Alejandro me está mirando con esos ojos verdes y calculadores, esperando que responda. Mi cerebro, sin embargo, no logra procesar la información. Tal vez porque llevo tres años trabajando en su agencia de viajes sin unas malditas vacaciones, o tal vez porque nunca he tenido una conversación fuera de lo estrictamente laboral con este hombre.
—Perdón, ¿que dijiste? —balbuceo, tratando de no sonar como una completa idiota.
—Necesito que finjas ser mi esposa durante dos semanas —lo repite sin pestañear, un poco más relajado, como si fuera la cosa más normal del mundo—. A cambio, tendrás unas vacaciones pagadas en un destino paradisíaco.
Vacaciones pagadas. ¿Está de broma? ¿Qué está pasando aquí? Me esfuerzo por no reírme mientras él sigue observándome desde su elegante despacho, como si no acabara de tirar una bomba. Yo solo quería salir de la oficina, llegar a casa, meterme en la cama y fantasear con una playa tropical, pero ahora...
—¿Por qué yo? —logro preguntar, cruzándome de brazos. Si me va a pedir algo tan ridículo, al menos quiero saber por qué eligió a la más cansada de sus empleadas.
Alejandro se inclina sobre su escritorio, apoyando ambas manos sobre la superficie pulida. Sus ojos permanecen fijos en los míos y, aunque me siento incómoda, no desvío la mirada.
—Eres la empleada que lleva más tiempo aquí, puedo confiar en ti. Además, eres soltera y sin hijos… ¿o me equivoco?
Me quedo en silencio, porque no tiene sentido negarlo. Está en mi expediente. No tengo hijos, ni pareja, ni gatos, ni nada que pueda interponerse en mi agenda de fingir ser la esposa de un hombre al que apenas conozco fuera del trabajo. Increíble. Respiro profundo, intentando encontrar alguna señal de que esto es una broma, una cámara escondida, cualquier cosa que me permita volver a mi rutina diaria.
—¿Qué gano yo con esto, además de las vacaciones? —pregunto finalmente, porque si voy a considerar esta locura, necesito algo más que un viaje de ensueño.
—Descanso completo, todo incluido. Y un bono sustancial al finalizar, por mantener la discreción. No es nada personal, Isabel, simplemente necesito cumplir con una formalidad familiar y no quiero involucrar a nadie más.
“No es nada personal”. Como si fingir estar casada con tu jefe no fuera algo personal. Estoy tentada a rechazarlo, a decirle que está completamente loco, pero luego recuerdo las palabras mágicas: vacaciones pagadas.
—¿Y si alguien se entera de que es una farsa? —pregunto, intentando no parecer desesperada por un poco de sol.
Alejandro se cruza de brazos, sin perder la compostura.
—Nadie se enterará. Lo he organizado todo. Será un viaje discreto, solo estaremos tú y yo, en un lugar donde nadie nos conoce. Y, por supuesto, todo será más que profesional.
Me observo por un segundo desde fuera: la chica que nunca ha salido de la ciudad, a punto de aceptar irse de "luna de miel" con su jefe. Todo esto es un desastre potencial, pero uno que suena demasiado tentador como para dejarlo pasar.
—¿Qué tendría que hacer exactamente? —pregunto, ya rindiéndome al absurdo de la situación.
—Solo fingir que estamos casados. Te presentarás como mi esposa ante mi familia, te relajarás, disfrutarás de las instalaciones del resort y, después de unas semanas, todo volverá a la normalidad. —Alejandro me mira con esa seguridad imperturbable que siempre me ha sacado de quicio, pero que ahora parece reconfortante.
Me quedo en silencio. No es una mala oferta. De hecho, considerando que llevo tres años organizando las vacaciones de otras personas sin siquiera un descuento en clase turista, es más que atractivo. Un pequeño riesgo por una gran recompensa. Me relamo los labios antes de soltar la última pregunta que queda en mi mente:
—¿Tendré que dormir contigo?
Alejandro levanta una ceja, divertido.
—Por supuesto que no. Tendremos habitaciones separadas. No soy un monstruo.
Antes de que pueda responder, Alejandro saca un contrato de su escritorio y lo coloca frente a mí. Es delgado, pero tiene varias páginas. No puedo evitar reír de nervios: por supuesto que lo tiene todo planeado. Respiro hondo y empiezo a leer.
Cláusula 1: No habrá contacto físico innecesario, incluyendo, pero no limitado a, besos, abrazos o gestos afectivos.
Miro a Alejandro de reojo. Él se limita a asentir con expresión seria. Sigo leyendo.
Cláusula 2: Se mantendrá una relación estrictamente laboral durante la estadía.
Nada de cenas románticas ni momentos incómodos a solas. Me siento un poco más aliviada.
Cláusula 3: No se compartirá habitación. Se asignarán suites separadas en el hotel o resort designado.
Bien, nada de problemas ahí.
Sigo leyendo, pasando por más detalles sobre los horarios de vuelos, los arreglos para las comidas, y las responsabilidades que tendré como "esposa ficticia". Todo parece más formal de lo que me esperaba.
—¿Es real todo esto? —murmuro, levantando la mirada.
—Es completamente real, Isabel —responde Alejandro con la misma calma inquebrantable.
De nuevo, bajo la vista al contrato. La última cláusula llama mi atención.
Cláusula 7: El empleado se compromete a mantener total confidencialidad sobre la naturaleza de este acuerdo durante y después del viaje. Cualquier violación de esta cláusula resultará en la nulidad de los beneficios ofrecidos y posibles acciones legales.
Suspiro. No es solo una broma pasajera o una locura espontánea de mi jefe. Está preparado para protegerse de cualquier filtración o problema. Esto es un negocio.
—¿Tendré algún problema legal si algo sale mal? —pregunto con más seriedad, apuntando la cláusula con el dedo.
—No, siempre y cuando cumplas con el contrato. Es una formalidad, nada más. —Alejandro se inclina ligeramente hacia atrás, sus ojos todavía fijos en mí—. Isabel, son solo dos semanas. Dos semanas para que ambos cumplamos con nuestras obligaciones y luego todo volverá a la normalidad.
Termino de leer el documento y, aunque mi mente me grita que esto podría salir mal de tantas maneras, la promesa de unas vacaciones pagadas me hace inclinar la balanza. Llevo tres años sin un respiro, y esto podría ser la oportunidad que estaba esperando.
—Lo pensaré —digo, aunque sé que ya he tomado una decisión.
Alejandro asiente, tranquilo.
—Tienes hasta mañana para darme una respuesta. El vuelo sale en dos días.
Me levanto lentamente, recogiendo mis cosas y dirigiéndome hacia la puerta, pero antes de salir, Alejandro habla de nuevo.
—Isabel... —Su voz me detiene—. Confío en que tomes la decisión correcta. Será algo inolvidable.
Lo miro por encima del hombro, todavía procesando todo lo que ha sucedido. Inolvidable, sin duda. Esa es justamente la parte que me asusta.
Un año despuésUn año puede pasar volando… o sentirse eterno. En nuestro caso, fue un poco de ambas cosas. Volvimos a la rutina, sí, pero ahora las reuniones empiezan más tarde y terminan con besos en lugar de informes.Después de aquella propuesta tan inesperada —y pública—, decidimos tomar las cosas con calma. Nos dimos un año para conocernos de verdad, sin mentiras, sin disfraces ni contratos, a la misma vez que organizábamos la boda. Tuvimos tiempo para vivir juntos, viajar, pelearnos por cosas absurdas como el orden de los libros o la temperatura del aire acondicionado. Para descubrir que a él le encanta cocinar los domingos con música a todo volumen, y que yo nunca aprendí a poner bien una funda de almohada.Discutimos sobre si el pastel debía tener frutos rojos o ganache de chocolate y descubrimos que las dos cosas quedaban muy bien juntas. Probamos recetas, hicimos pruebas con familiares, y hasta tuvimos un debate sobre si el menú debería incluir opciones vegetarianas. La verda
La sala de reuniones está llena. No abarrotado, pero lo suficiente como para que cada silla esté ocupada, cada cuaderno cerrado sobre la mesa, cada par de ojos fijos en nosotros. El murmullo usual de la oficina se ha desvanecido por completo. Ni teclas, ni risas lejanas, ni tazas chocando en la cocina. Solo el susurro del aire acondicionado y el zumbido bajo de un proyector apagado.Las cortinas están entreabiertas, dejando que la luz de la mañana se cuele en la sala con una suavidad cálida que, en otro contexto, podría haber sido reconfortante, pero ahora solo hace que todo se vea más nítido, más real, como si el universo quisiera asegurarse de que no pudiéramos fingir que esto no está ocurriendo.Estoy sentada al lado de Alejandro, aunque con algo de distancia. No es suficiente para que parezca que no estuvimos juntos, pero sí lo justo como para sentir que cada centímetro cuenta. Mis palmas están húmedas, el corazón late con una fuerza torpe en mi pecho y tengo la mente completamente
Las puertas de vidrio se abren con su clásico zumbido suave, pero para mí suenan como una sirena de alerta. La recepción de la agencia está exactamente igual: pulcra, moderna, con ese aire de “acá solo entra gente que sabe lo que hace”. Pero hoy, mientras atravieso el umbral junto a Alejandro, siento que no pertenezco.Nuestros pasos suenan más fuertes de lo normal. Quizá sea mi paranoia. O quizá sea que cada escritorio por el que pasamos parece detenerse un microsegundo. El murmullo constante de teclas, teléfonos y comentarios se transforma en un murmullo distinto. De ese que nace cuando algo —o alguien— confirma un rumor que lleva días flotando en el aire.Y nosotros, entrando juntos por la puerta principal, con café en mano, bien vestidos y quizás todavía oliendo a perfume de hotel caro… somos el combustible perfecto.—¿Todos siempre nos miran así o es especial por hoy? —susurro sin mirarlo, tratando de mantener la dignidad mientras esquivo miradas.—Diría que es un poco de ambas —r
Despierto con una punzada en la nuca, un cosquilleo extraño en el brazo izquierdo y la sensación incómoda de tener algo —o alguien— demasiado cerca. Parpadeo varias veces hasta que mis ojos logran enfocarse. Y entonces me doy cuenta: nos quedamos dormidos en el sillón.—Ay, no… —murmuro, intentando incorporarme sin desarmar a Alejandro, que duerme como si fuera una estatua griega: hermoso, quieto y totalmente fuera de lugar en mi pequeño sofá.Su cabeza está apoyada en mi pecho, una de sus piernas colgando por el costado, y su mano aún en mi cintura como si el universo se fuera a desarmar si me alejo un centímetro. La manta cubre la mitad de su espalda, mientras que yo tengo una rodilla fría y el cuello hecho trizas.Intento moverme con cuidado, pero siento un chasquido sospechoso en mi espalda.—Auch.Alejandro se queja sin abrir los ojos.—¿Eso fue tu cuello o el mío?—No lo sé, pero algo se rindió —respondo, masajeándome la nuca.Se sienta, despeinado, con la expresión de alguien qu
Deja su chaqueta colgada en el respaldo de una silla, como si ese gesto marcara el abandono de su papel anterior. Luego, mira alrededor otra vez, inseguro.—¿Dónde me siento? —pregunta.—Donde quieras, pero si te sientas en mi rincón del sofá, te lo haré pagar —respondo con fingida seriedad, señalando la esquina izquierda como si fuera terreno sagrado.Alejandro suelta una risa leve y camina hasta el otro extremo del sofá, dejándose caer con lentitud.—¿Así tratas a los invitados que llegan sin drama y con buenas intenciones? Estoy empezando a sentirme poco valorado.—Dale gracias a tu cara bonita —contesto, sentándome a su lado con una sonrisa en los labios—. Y ahora que estás aquí, necesito saber: ¿vienes en plan charla intensa, confesiones de madrugada… o solo quieres ver una película para fingir que todo está bajo control?Alejandro gira la cabeza hacia mí.—Definitivamente una película. No estoy preparado para otro “¿qué somos?” esta noche.—Perfecto —digo, tomando el control rem
“Aunque sea por un rato” lo dije porque sabía que Claudia iba a estar acá en cuanto se enterara de que regresé.Y no me equivoco. El timbre suena con la precisión de un reloj suizo apenas termino de darme una ducha rápida. Ni siquiera me dio tiempo de dejar la valija abierta. Estoy en jogging y con el pelo mojado cuando abro la puerta. Ella entra como si viviera acá desde siempre, con dos bolsas de papel en la mano y una expresión de urgencia dramática que solo Claudia puede justificar con total naturalidad.—¿Estás viva? ¿Completamente entera? ¿No te tragó un tiburón ni te fuiste a vivir con los suegros? —pregunta sin respirar, y sin esperar respuesta, me da un abrazo con olor a comida china.—Hola, Clau —respondo, aún sorprendida por la velocidad de su llegada—. Apenas me bajé del avión y ya estás acá.—Obvio —dice mientras se quita la chaqueta y se dirige directo a la cocina—. Necesitaba verte. Y traigo lo esencial: arroz tres delicias, tallarines picantes, rollitos primavera y tu
Último capítulo