Deja su chaqueta colgada en el respaldo de una silla, como si ese gesto marcara el abandono de su papel anterior. Luego, mira alrededor otra vez, inseguro.
—¿Dónde me siento? —pregunta.
—Donde quieras, pero si te sientas en mi rincón del sofá, te lo haré pagar —respondo con fingida seriedad, señalando la esquina izquierda como si fuera terreno sagrado.
Alejandro suelta una risa leve y camina hasta el otro extremo del sofá, dejándose caer con lentitud.
—¿Así tratas a los invitados que llegan sin drama y con buenas intenciones? Estoy empezando a sentirme poco valorado.
—Dale gracias a tu cara bonita —contesto, sentándome a su lado con una sonrisa en los labios—. Y ahora que estás aquí, necesito saber: ¿vienes en plan charla intensa, confesiones de madrugada… o solo quieres ver una película para fingir que todo está bajo control?
Alejandro gira la cabeza hacia mí.
—Definitivamente una película. No estoy preparado para otro “¿qué somos?” esta noche.
—Perfecto —digo, tomando el control rem