“Aunque sea por un rato” lo dije porque sabía que Claudia iba a estar acá en cuanto se enterara de que regresé.
Y no me equivoco. El timbre suena con la precisión de un reloj suizo apenas termino de darme una ducha rápida. Ni siquiera me dio tiempo de dejar la valija abierta. Estoy en jogging y con el pelo mojado cuando abro la puerta. Ella entra como si viviera acá desde siempre, con dos bolsas de papel en la mano y una expresión de urgencia dramática que solo Claudia puede justificar con total naturalidad.
—¿Estás viva? ¿Completamente entera? ¿No te tragó un tiburón ni te fuiste a vivir con los suegros? —pregunta sin respirar, y sin esperar respuesta, me da un abrazo con olor a comida china.
—Hola, Clau —respondo, aún sorprendida por la velocidad de su llegada—. Apenas me bajé del avión y ya estás acá.
—Obvio —dice mientras se quita la chaqueta y se dirige directo a la cocina—. Necesitaba verte. Y traigo lo esencial: arroz tres delicias, tallarines picantes, rollitos primavera y tu