El Gran Salón del Consejo vibraba con tensión. Los ancianos, sentados en sus tronos tallados en madera de roble centenario, observaban a Helena con una mezcla de fascinación y recelo. La noticia cayó como una sentencia:
—La luna sangrienta llegará en tres noches —anunció Valeria, la más antigua del Consejo, su voz cascada pero firme—. Cuando el astro se tiña de carmesí, el destino de Helena quedará sellado.
Helena sintió un escalofrío recorrer su espalda. Desde que había cruzado el portal con Damián, cada día traía una nueva revelación sobre su linaje, sobre la maldición que los unía. Pero esto era diferente. La luna sangrienta representaba un punto de no retorno.
—¿Qué significa exactamente? —preguntó, intentando que su voz no delatara el miedo que sentía.
Damián, a su lado, permanecía tenso como la cuerda de un arco. Sus ojos, normalmente del color del ámbar, parecían más oscuros bajo la luz de las antorchas.
—Significa —respondió Valeria— que serás aceptada como portadora legítima