La luna se alzaba imponente sobre el claro del bosque, teñida de un rojo intenso que parecía gotear sangre sobre las copas de los árboles. Helena observaba el cielo nocturno desde la ventana de la habitación que le habían asignado en la mansión del Clan Noctis. Aquella noche no era una cualquiera; era la noche del ritual que podría cambiar su destino para siempre.
—Es hora —anunció Elara, entrando sin llamar a la puerta. La vampiresa llevaba un vestido negro que contrastaba con el blanco inmaculado que habían elegido para Helena—. Todos están esperando.
Helena se giró lentamente, sintiendo el peso de la tela vaporosa que cubría su cuerpo. El vestido blanco, de corte antiguo y mangas acampanadas, la hacía parecer una virgen destinada al sacrificio. Quizás eso era exactamente lo que era.
—¿Estás segura de que funcionará? —preguntó, aunque sabía que nadie podía garantizarle nada.
Elara se limitó a ajustarle el collar de plata con la piedra lunar que completaba su atuendo.
—Lo que importa