Kael se giró sin una palabra y caminó cabizbajo hacia Eva. Ni por un segundo sus ojos se cruzaron con los míos. Como si nunca hubiera existido para él. Sentí que todo a mi alrededor se desvanecía; las voces, la música, la luz... todo se volvió un murmullo lejano, irrelevante.
—¿Estás bien, Isela? —preguntó una voz cercana.
Parpadeé, sacudida por la pregunta.
—S… sí, felicitaciones —dije con la voz temblorosa, tragando saliva para evitar que el nudo en mi garganta me traicionara—. Si me disculpas, necesito un minuto…
Lyanna me sonrió con esa expresión satisfecha que tanto detestaba. Sus ojos brillaban con un gozo envenenado.
—Claro que sí —dijo con voz melosa—. Aquí estaré. Nos vemos en un rato. ¡Gracias por invitarme! —gritó con falsa alegría mientras me daba la espalda.
No respondí. Me di media vuelta apresurada, casi tropezando con mis propios pasos, y regresé a la casa con el corazón palpitando desbocado. Las paredes parecían cerrarse a mi alrededor.
Alan me siguió, inquieto, y me