El ruido me despertó antes de que Lena tocara la puerta.
No era trueno. No era tormenta. Era motor. Pesado. Corto. El del jet.
Me levanté de golpe. Afuera estaba todo oscuro todavía. Debían ser las cuatro. El cielo seguía negro, pero ya no era noche profunda. Esa hora en que los bosques callan y los lobos descansan.
Me acerqué a la ventana del pasillo.
Lo vi bajar.
Las luces del jardín se encendieron solas. El césped estaba mojado. El jet aterrizó detrás de los árboles, en la zona que Eiden había marcado como segura. La puerta se abrió.
Primero salió Eiden.
Luego Leo.
Y al final Reyk… cargando un cuerpo.
No vi la cara. Solo vi la sangre.
Quise correr.
Abrí la puerta de mi habitación y bajé dos escalones.
—No bajes.
La voz de Lena me cortó el aire. Estaba abajo ya, en la entrada, con el cabello suelto, descalza, en camisón. Parecía más bruja que nunca.
—Es mi familia —le dije. La voz me salió rota.
No contestó. Solo me miró como mira cuando ya sabe la respuesta. Esa mirada que dice “s