La puerta se abrió de golpe, con tal fuerza que el ruido rebotó en las paredes.
Casi salté del susto.
Lucian giró en el acto, poniéndose delante de mí. Su cuerpo me cubrió por completo.
Daren estaba en el marco, los ojos negros, el rostro tenso.
Avanzó dos pasos, sin cerrar la puerta.
—¿Qué diablos haces con mi esposa?
La habitación se quedó sin aire.
Lucian no se movió.
—No pasa nada —dijo, tranquilo—. Solo hablábamos. Estaba felicitandola por la boda y diciendole que debe comportarse como tu esposa.
—¿Hablaban? —repitió Daren con una sonrisa que no era sonrisa—.
¿Así le llamas ahora a colarte en los aposentos de una mujer casada conmigo?
—Baja la voz —dijo Lucian.—No hay necesidad de hablar de ese modo. Ella no ha hecho nada malo.
—¿Bajar la voz? —Daren dio un paso más—. ¿Desde cuándo un soldado me da órdenes?
Su mirada se clavó en la mía.
Yo no pude moverme.
El vestido roto yacía en el suelo, la manta apenas me cubría.
La escena era tan mala que, si no hubiera estado tem