No podía dormir.
Desde que acepté el trato con Mara Selene, mi cuerpo no se sentía igual.
Era como si algo dentro de mí no dejara de moverse, una vibración constante que me recordaba que había hecho una promesa.
El Cántaro respiraba.
Afuera, el aire tenía ese pulso azul que parecía latir junto con mi sangre.
Eiden estaba sentado a unos metros, con la espalda contra la pared y los ojos fijos en el vacío.
La luz tenue marcaba el contorno de su rostro: mandíbula tensa, hombros rígidos, manos abiertas sobre las rodillas.
Era un soldado en descanso o un animal esperando el próximo ataque.
—No deberías vigilarme —dije.—No voy a ningún lado.
—No te vigilo —respondió sin mirarme—. Vigilo lo que puede venir. No me fio de esa mujer. Su hijo es un monstruo y estoy seguro de que ella tambien.
—Eiden..
—No lo conoces como yo
—Estoy dime. Dime como es el. —le pedi—dime de lo que es capaz. Ya se que asesino a su padre, pero dime. Dime que viste cuando el..cuando hizo esos experimentos contigo.