La cena había sido tan cálida como podía esperarse tras una guerra reciente. Entre brindis por los vivos y silencios por los caídos, Vyrden volvía poco a poco a respirar.
Kaelrik se retiró antes de lo habitual, alegando cansancio. Pero en realidad, necesitaba silencio. No más aplausos, no más miradas de respeto. Solo sombra… y quizá, una compañía.
Y como si la Luna misma lo supiera, no tardó en olerla antes de oírla.
—Tarsia —dijo sin girarse, aún de pie junto al ventanal de su cabaña.
—¿Cómo lo haces? —preguntó ella divertida—. Juro que no hice ruido.
—Tu aroma —murmuró él—. Es como el viento antes de una tormenta. Imposible de ignorar.
Ella cruzó el umbral con cautela, pero sin timidez. Llevaba el cabello suelto, los pies descalzos. Una imagen de calma peligrosa.
—¿Estás huyendo? —preguntó.
—De mí mismo —admitió él—. De lo que siento. De lo que no entiendo.
—¿Y si dejamos de entenderlo y simplemente… lo vivimos?
Kaelrik se giró. Sus ojos brillaban con una mezcla