Tarsia se alejó unos pasos, fingiendo revisar las provisiones médicas. En realidad, necesitaba un respiro.
No era una loba impulsiva. No se dejaba arrastrar por las emociones como muchas otras que había conocido en las aldeas. Su abuela le enseñó que la fuerza verdadera era saber cuándo callar, cuándo actuar y cuándo esperar.
Pero entonces, Kaelrik.
Ese roce. Ese susurro en la sangre. El temblor suave en sus huesos cuando sus ojos se encontraron.
No fue una explosión.
Fue como si el mundo respirara… y la eligiera.
Se tocó el pecho, justo donde sintió el tirón. No era deseo, aunque lo encontraba atractivo. No era necesidad, aunque su lobo parecía reconocerlo. Era… calma. Una calma inquietante.
—No como lo esperaba… —repitió sus propias palabras en un susurro—. Pero lo sentí.
Y ahora, ¿qué debía hacer?
Ella no era Nyrea. No tenía una historia de fuego y traición, de juramentos rotos y promesas selladas en sangre. Pero sí tenía propósito. Y si ese vínculo tenía un lugar