Afuera de la tienda, la noche se había detenido.
Ni los grillos cantaban.
Ni el viento osaba soplar.
Los guerreros de Vyrden, los soldados de Brumavelo, incluso los sanadores… todos estaban de pie, inmóviles como estatuas bajo la luz espectral de la luna. Un escalofrío recorría el campamento, como si una fuerza más antigua que el tiempo hubiese descendido sobre ellos.
El aire se volvió espeso. Vibrante. Las partículas brillaban como brasas suspendidas.
Tarsia, con los ojos abiertos de par en par, sostenía con fuerza el colgante de protección que le había dado su abuela. Había sido testigo de muchas cosas extrañas desde que se unió a la causa de Nyrea… pero esto era distinto.
Algo… sagrado estaba ocurriendo ahí dentro.
De repente, el suelo tembló ligeramente bajo sus pies. No como un terremoto. Era un latido. Uno solo.
Y entonces, una oleada de calor emergió desde la tienda, como si el mismísimo corazón de la tierra hubiera despertado por un instante.
Valzrum, de pie