El aire se volvía más denso a medida que el bosque daba paso al sendero abierto hacia Brumavelo. Las copas de los árboles dejaban ver el cielo gris pálido del amanecer, y el viento traía consigo el aroma familiar de tierra húmeda y leña quemada. Aeryn cabalgaba al frente, el rostro pálido, con gotas de sudor en la frente. Sus dedos se aferraban con fuerza a las riendas, pero su cuerpo temblaba.
—No me siento bien… —murmuró, apenas audible.
Sareth, cabalgando a su lado, la observó con preocupación. —No hemos descansado lo suficiente, deberías...—
—Estoy bien —lo interrumpió, aunque su voz sonaba quebrada. —Quiero llegar a casa.
Valzrum, más atrás, también observaba con atención. Shânkar, el lince lunar, caminaba al lado de Aeryn, más cerca de lo usual. Su pelaje brillaba con una energía inquieta y sus ojos no se apartaban de una figura que venía detras: Kessha.
La joven loba, de ojos grandes y gestos atentos, había sido una compañera demasiado servicial durante el viaje. Preguntas c