El amanecer se alzaba sobre los campos de Arvellum, tiñendo el cielo de tonalidades doradas y rojizas. Aeryn, ahora plenamente aceptada como Nyrea Ignarossa, caminaba entre los senderos de su aldea aliada, envuelta en un manto escarlata que flotaba como llamas al compás del viento. Los aldeanos salían de sus hogares para verla partir, muchos con ojos humedecidos, otros con el rostro erguido de orgullo. Habían sido testigos de su poder, de su justicia, y de su compasión. La deidad de fuego, la Loba Roja, era real.
Frente a la plaza central, se reunió con el consejo de Arvellum. Allí, Aeryn tomó la palabra con voz firme y serena.
—Hoy parto hacia las Brumavelo, pero Arvellum no estará sola. He enviado mensajeros hacia las aldeas sin juramento, anunciando mi voluntad de visitarlas tras la siguiente luna. Que sepan que pueden contar con mi auxilio si el peligro llama a sus puertas.
Los consejeros asintieron, y una anciana se adelantó con respeto:
—Nyrea Ignarossa, tu nombre será pronu