El aire era más suave en esa región, pese al invierno. Un silencio solemne rodeaba la aldea de Arvellum, oculta entre montañas cubiertas de niebla y árboles altos que parecían susurrar secretos antiguos. Aeryn desmontó con la misma gracia que un Alfa real. Su túnica oscura ondeaba a su paso, y su mechón plateado brillaba bajo la tenue luz del cielo nublado.
A su lado, Sareth y Valzrum observaban con atención cada detalle. Detrás, los estandartes con la insignia tejida de la loba roja ondeaban con orgullo. Ignarossa se anunciaba.
Un grupo de aldeanos se reunió a la entrada. Vestían prendas sencillas pero limpias, adornadas con hilos dorados que señalaban un rito de bienvenida. Entre ellos, una mujer de cabello canoso y mirada firme se adelantó.
—Bienvenida, Aeryn Thorneveil, Loba Roja de la manada Ignarossa. —Se inclinó con respeto—. Soy Lysandre, portavoz del consejo de Arvellum. Nos honra tu visita.
Aeryn asintió con calma.
—Gracias por recibirnos.
Lysandre sonrió con calidez.