La casa de Cael estaba situada en la zona alta de Lobrenhart, un edificio de piedra robusta con vigas oscuras que crujían al compás del viento invernal. En el interior, el calor de la chimenea crepitaba suavemente, y el olor a té de corteza de abedul llenaba el ambiente. Afuera, la nieve comenzaba a derretirse con parsimonia, dejando rastros de barro y agua en las entradas.
Mientras entraban al salón. La expresión de Cael pasó de neutral a rígida en cuestión de segundos. Sus ojos se entrecerraron al ver mejor Darién y luego se oscurecieron aún más cuando olfateó el aire. Un silencio pesado cayó entre ellos.
—Esa marca… —murmuró Cael, con la voz ronca—. Y ese olor…
Se acercó dos pasos más, clavando los ojos en el cuello de Darién, donde la nueva marca resaltaba roja, fresca y descaradamente visible. Luego, una sonrisa incrédula, tensa, se dibujó en sus labios.
—Sucumbieron al eclipse… —no fue una pregunta, fue una declaración—. Ella estuvo contigo.
Darién bajó la mirada un instant