La noche era más oscura que cualquier otra desde que comenzaron su travesía. No había luna. No había estrellas. Solo el murmullo del viento entre los árboles y el crepitar del fuego que daban calor a su precario campamento.
Aeryn estaba sentada junto a la fogata, la vista fija en las llamas. Pensamientos cruzaban su mente sin pausa. Finalmente rompió el silencio.
—¿Cuánto ha cambiado mi vida desde que llegué a Lobrenhar...? —dijo, sin mirar a ninguno—. Allí lo conocí. A Darien. Mi destinado. Desde ese momento todo se salió de control. Lo marqué antes de que el consejo lo aprobara, antes de que fuera coronado Alfa. Eso bastó para que muchos me vieran como una amenaza.
Hizo una pausa, respirando hondo.
—Y luego... comenzaron las visiones. Los sueños. Ese fuego que no podía explicar. Mis poderes se despertaban sin control. Empezaron a hablar de leyendas... de una loba roja, de un linaje extinto. Me transformé en pleno día. Un caos absoluto.
Sareth asintió lentamente.
—Lo recuerdo.