La oscuridad lo envolvía todo. Las antorchas de la Torre de la Luna ardían con una luz trémula, como si incluso el fuego supiera que algo sagrado estaba por romperse.
Darien entró en silencio. La puerta se cerró a su espalda, y el peso del aire se volvió denso. Aeryn lo miró desde el umbral de la habitación, sin saber si huir o correr hacia él. Llevaban semanas sin verse, sin tocarse, sin hablarse con el alma.
Pero esa noche, su pasión habló antes que sus heridas. No había espacio para hablar. Aeryn se acercó a el y lo abrazo, levantó su rostro para besarlo.
Darien intentó resistirse. De verdad lo intentó. Pero el roce de sus labios, la calidez de su piel y el eco de su vínculo desbordado lo quebraron. La hizo suya con una necesidad fiera, casi desesperada, como si fuera la última vez que su cuerpo tendría el derecho de reclamarla.
Aeryn lo sintió. Sintió la desesperación en sus caricias, el rencor tragado en cada embestida, la culpa ahogada en sus besos, y el deber latiendo en su